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El Mensaje Reencontrado
Libro XXVIII
NI REVÉTUE — EL BARRO
27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.
27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
27 septiembre 2008
ANÓNIMO DEL SIGLO XVI
Prólogo
Viaje al Oeste: La novela total
Esta nueva edición de Viaje al Oeste viene a llenar un vacío tan enorme como la novela en sí, pues estamos hablando de todo un clásico de la literatura universal que, hasta épocas muy recientes, ha permanecido desconocido para los lectores españoles. El asunto es todavía más grave si se tiene en cuenta que el Rey Mono, uno de los protagonistas de la narración, es en China un personaje tan popular como lo pueden ser entre nosotros Don Quijote y Sancho Panza: ni algo menos ni algo más. Y cuando los personajes literarios llegan a esa forma absoluta de la fama es porque son capaces, por sí mismos, de representar a toda una cultura y hasta de incluir en su mecánica lógica y mitológica claves fundamentales para interpretar esa misma cultura. Por lo demás, Viaje al Oeste es la recreación, profusamente detallada, del mito de Xuanzang (Hsüan-Tsang): el monje que partió hacia la India en busca de los verdaderos textos budistas. Se trata de un viaje evidentemente iniciático (para los personajes que lo protagonizan y para el lector que los sigue), jalonado por toda clase de catástrofes interiores y exteriores, y en el que le acompañan tres discípulos. El Rey Mono es uno de ellos. Posee poderes mágicos que le permiten llevar a cabo setenta y dos transformaciones de su apariencia y está capacitado para «identificar a los demonios en un abrir y cerrar de ojos», como suelen decir los chinos, que desde el primer emperador a los tiempos de Mao se han especializado en identificar demonios de toda suerte y en clasificarlos, siguiendo operaciones mentales no tan diferentes a las que empleaba el venturoso Emmanuel Swedenborg para clasificar a las poblaciones angélicas. En China los demonios formaban una auténtica multitud. En términos específicos, se trata de una creencia muy alejada de nuestra cultura, pero no en términos generales, ya que en los evangelios el mismo Jesucristo hace varias referencias a la «multitud» de demonios que pueden asaltar a las almas descuidadas. Se trata, con toda evidencia, de demonios diferentes pero que tienen en común su naturaleza perturbadora y posesiva. Como otras grandes narraciones del Reino del Medio, Viaje al Oeste es una creación del período Ming, el más glorioso de la novela china, y es al mismo tiempo la obra de todo un pueblo, como la muralla china y como el mismo imperio, en la que intervienen muchos creadores, hasta cristalizar como narración plena de sentido y perfectamente estructurada en el siglo XVI, gracias a la probable intervención del escritor Wu Chengen, que la dotó de una poderosa estructura. En ese y otros aspectos se trata de una creación parecida a la que llevó a cabo la Grecia arcaica con la Ilíada y la Odisea hasta su fijación definitiva en Homero. Pero su relación con las dos epopeyas griegas es sólo parcial ya que, como narración en sí, Viaje al Oeste se emparenta más con dos novelas fundamentales de Occidente: Don Quijote y Tristram Shandy. Ni estoy hablando de una relación sólo formal ni de una relación sólo de fondo; estoy hablando de una relación estructural que implica una concepción del tiempo con la que ya no estamos demasiado familiarizados.
Da la impresión de que en Europa todo cambió, en la estructuración de las novelas, con la aparición de El Lazarillo de Tormes, que impone una configuración narrativa en el fondo absolutamente racional, dando la impresión de que la historia está trascurriendo en «el tiempo real» y creando justamente por eso un enorme «efecto realidad».
Que esa novela sea hija de Renacimiento no ha de extrañarnos, ya que en el fondo fue el primer «siglo de las luces» de la civilización occidental. Pero desde entonces la novela europea no ha podido despegarse del «efecto realidad» que crea El Lazarillo y del empeño en dotar la narración de una gran coherencia, más allá o más acá de la misma historia, como llega a ocurrir hasta con Kafka, que es la razón llevada a su extremo más absurdo.
Lejos de esa estructuración del tiempo de la vida y el tiempo narrativo, El Quijote consigue, además de un efecto realidad periódicamente renovado en el transcurso de la novela, una relativización del tiempo, no tan excesiva como en Tristram, pero sí lo suficientemente amplia y elástica como para que el lector pueda entrar en una «duración» a veces vaporosa y vasta, y a veces relampagueante y concentrada, que la novela occidental sólo vuelve a recuperar plenamente con en Ulises de Joyce.
Y bien, el tiempo narrativo en el que entramos cuando empezamos a leer Viaje al Oeste es también muy relativo y a la vez alcanza dimensiones absolutas.
Como todas las novelas chinas del mismo período, como En los márgenes del Agua o El romance de los Tres Reinos, la narración avanza pausadamente y se ramifica en cientos de personajes de todas las clases sociales y de todas las formas de existir astrales y reales. Borges definió El sueño del pabellón rojo (otra de las grandes novelas chinas) como una narración «prácticamente infinita»: de igual manera podría definirse Viaje al Oeste. En ese sentido, son novelas que más que entrar en el tiempo de la «realidad» y su sucesión de hechos (de pragmas), entran en el tiempo de la existencia y su sucesión de demoras, desconciertos y repeticiones: los que Kierkegaard llamaba «la seriedad del existir», que se revela siempre de naturaleza tragicómica, como ocurre en Viaje al Oeste y como ocurre también en las grandes novelas occidentales ya mentadas.
Intentar imponer un tiempo ampliamente narrativo y «prácticamente infinito» al tiempo fragmentado y neurótico de la «realidad» es un empeño que entre nosotros sólo lo ha intentado el ingeniero Benet con Herrumbrosas lanzas y que se hace cada vez más difícil, también en China, ya que desde la aparición de los primeros relatos de Lu Xin, el lector chino descubrió la «racionalidad» narrativa de estilo occidental que aportaba Xin así como su fulminante «efecto realidad», y ahora la novela en China tiende a ser concebida en un tiempo real y mental muy parecido al nuestro. Desde esa óptica, Lu Xin llevó a cabo para los chinos una operación muy parecida a la que Mishima perpetró en la cultura japonesa: racionalizó y sistematizó la narración, introduciendo en ella el «tiempo» occidental.
Pero en Viaje al Oeste estamos lejos de esa concepción del tiempo narrativo, porque no es un tiempo que se pueda ver desde el lugar de los hechos. Es más bien un tiempo concebido desde el lugar del conocimiento y de su aliento irregular y muchas veces errático. Y es que el conocer, a diferencia del vivir, evoluciona en un tiempo lleno de arrugas, casi en un tiempo fractal, de una elasticidad desmedida, o fuera de toda medida, siguiendo un camino que, por ser el de la iluminación, está lleno de sombras que le exceden, como si siguiese esos versos terribles del primer poema del Tao que viene a decir:
Dicho lo cual, que el lector se prepare para salir de nuestro tiempo pragmático en cuanto acceda al primer capítulo de esta enorme novela que, en parte porque quiere ser una imagen del Mundo y en parte porque lo es, comienza refiriendo el origen del cosmos con frases casi bíblicas: «En el principio sólo existía el Caos. El Cielo y la Tierra formaban una masa confusa, en la que el todo y la nada se entremezclaban como la suciedad en el agua».
Una forma de contar el origen que tiene mucho que ver con los versos del Tao que acabamos de referir. De hecho parecen la misma reflexión, si bien desde ángulos diferentes, y que a su vez guardan muy estrecha relación con himnos védicos de unos mil años antes de Jesucristo.
Y que el lector se prepare también para fondear en el misterio de la muerte y de la vida desde una profundidad que está mucho más allá de nuestra sistematización del mundo, indisolublemente vinculada al espíritu griego que nos funda filosóficamente y que crea las marcas que van a determinar toda nuestra cultura. Porque el tiempo en el que va a entrar ni es lineal ni es circular, es más bien un tiempo en espiral, pero que en lugar de comenzar por el corazón mismo de la espiral comienza por su círculo más abierto, el que refiere la creación de todo el universo, y luego va estrechando sus aros comunicantes hasta detenerse en los seres, o en algunos seres, que pueblan ese vasto universo que quisieran descifrar, y a cuyas revelaciones y manifestaciones van asistiendo en el vasto curso de la novela, tan vasto como los grandes ríos chinos. Aunque si hemos de hacer honor a la estructurada desmesura de Viaje al Oeste, más que un río tiende a parecer un océano de significados en el que no importa perderse una y cien veces pues lo relevante, como en el poema Itaka de Kavafis, es el viaje mismo, un viaje que tiene su destino y su dirección, pero que olvidamos a menudo por la fascinación que va ejerciendo sobre nosotros cada momento del camino, en su purísima demarcación de su propio sentido, que ha de ser absorbido en su absoluta dimensión de instante en el seno del tiempo como agua en el seno de las aguas.
Y tras este breve paseo por el curso «ilimitado» de la novela volvamos a sus personajes y a sus fuentes. Inspirada en remotas leyendas budistas sobre los viajes de Xuanzang y las piezas teatrales Yuan y Ming basadas en él, la novela no es ajena al tono épico, si bien se trata de una épica tan desmitificadora que más que con los griegos tendría que ver con la teoría de la distanciación irónica que escritores como Dóblin pusieron en boga en la primera mitad del siglo pasado.
Y al igual que esa épica de Dóblin (que luego imitó Brecht), Viaje al Oeste va dibujando una dialéctica de la luz en su lucha contra todos los poderes de las sombras.
Dialéctica implícita en todos los protagonistas y muy especialmente en el Rey Mono, en el que los chinos de la época de Mao quisieron ver, con la simpleza que los caracterizaba, «la lucha del pueblo contra las dificultades así como su persistente desafío a la autoridad feudal». Difícilmente se puede concebir una apreciación tan brutal y tendenciosa de Viaje al Oeste, si bien la novela no oculta en ningún momento los antagonismos y antagonías de la sociedad china, la corrupción y la crueldad oscurísima y fundamental que sustenta el mundo objetivo y objetual y que en Viaje al Oeste tiende a conformar una relación especular con el mundo fantasmal, así como con el antes y el después de la vida, en esa abismal prolongación de la existencia que fueron desarrollando primero el hinduismo y luego el budismo y el taoísmo, y que se concreta en la idea de reencarnación.
Para terminar hablaré de las virtudes terapéuticas de esta novela, capaz de sacarnos del tiempo ortopédico que nos está tocando vivir y de conducirnos a un tiempo inmensamente relativo, inmensamente abierto, que curiosamente tiene más que ver con el tiempo que está descubriendo ahora mismo la ciencia que con el tiempo lineal que ha ido configurando la novela occidental durante un buen trecho de su historia, y que la nueva ficción debiera superar con más rigor y más esplendor que en el período de entreguerras del siglo pasado.
Viaje al Oeste nos obliga a afrontar el hecho literario desde dimensiones que pueden resultar muy enriquecedoras para los autores y lectores de ahora, pues lo liberan, durante todo el venturoso tiempo de la lectura, del mundo de los objetivos inmediatos y de las evidencias reductoras y reduccionistas que caracterizan nuestra época, en beneficio de un universo saturado de diamantes, en los que se concentran y dispersan, se dispersan y se concentran siglos y siglos de mitología y especulaciones filosóficas y religiosas, siglos y siglos de sentido y sinsentido, de luces y de sombras, condensándose en una novela donde a la vez que se narra la inmensa historia del cosmos se dibuja la trayectoria de cuatro personajes fundamentales en busca de las verdades más puras y más perdidas. Una novela que incluye, al final, la conquista de la inmortalidad y que termina con una descripción impagable del paraíso, donde no faltan los coros de los seres agradecidos que han obtenido la liberación. Un fin que la novela persigue desde el principio, cuando habla del Caos original que va a tener su espejo en el caos fundamental de cada ser, pero un fin al que el narrador no tiene prisa por llegar, pues la verdad está siempre algo más lejos, como los ojos del Buda de cristal y como la luz inmanente del mundo, que reinaba al principio y que presidirá también el final, cuando el inmenso juego de abalorios del universo vuelva a su dimensión original y el coro del final de la novela enmudezca por exceso de plenitud, bajo un cielo lleno de buenos augurios en el que halla fundamento y destino la alquimia interior, y en el que encuentran su término todas las modificaciones del mundo convertido en sustancia absolutamente transparente y absolutamente llena de su propio vacío.
Dije para terminar y no termino, pues no quisiera dejar en el lector la idea de que nos hallamos ante una narración más alegórica todavía que La Divina Comedia y absolutamente metafísica. No, no. Viaje al Oeste tiene su dimensión iniciática y su dimensión alquímica, pero ante todo es una novela de personajes y de peripecias, donde se ponen en funcionamiento todos los registros narrativos posibles, y presidida por un gran sentido del humor, que halla sus mejores efectos en Puerco y el Rey Mono. Y de no ser ante todo y sobre todo una novela, perfectamente accesible a pesar de su esoterismo, sus personajes no serían tan populares. Y no en vano el Rey Mono recorre todos los espacios de la ficción china, desde la novela, a la poesía, desde la poesía al cuento y a la ópera, y ha habido familias de actores que durante generaciones y generaciones han obtenido su sustento gracias a las representaciones de óperas en relación con el Rey Mono, finalmente presente entre nosotros gracias a la traducción de Enrique P. Gatón e Imelda Huang-Wang, que hacen funcionar en castellano la extraordinaria maquinaria verbal que se pone en marcha en esta prodigiosa novela que ahora tienes en tus manos, lector.
Jesús Ferrero
Traducción del chino de Enrique P. Gatón e Imelda Huang-Wang
Ediciones Siruela, Libros del Tiempo
España, 2004
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Prólogo
Viaje al Oeste: La novela total
Esta nueva edición de Viaje al Oeste viene a llenar un vacío tan enorme como la novela en sí, pues estamos hablando de todo un clásico de la literatura universal que, hasta épocas muy recientes, ha permanecido desconocido para los lectores españoles. El asunto es todavía más grave si se tiene en cuenta que el Rey Mono, uno de los protagonistas de la narración, es en China un personaje tan popular como lo pueden ser entre nosotros Don Quijote y Sancho Panza: ni algo menos ni algo más. Y cuando los personajes literarios llegan a esa forma absoluta de la fama es porque son capaces, por sí mismos, de representar a toda una cultura y hasta de incluir en su mecánica lógica y mitológica claves fundamentales para interpretar esa misma cultura. Por lo demás, Viaje al Oeste es la recreación, profusamente detallada, del mito de Xuanzang (Hsüan-Tsang): el monje que partió hacia la India en busca de los verdaderos textos budistas. Se trata de un viaje evidentemente iniciático (para los personajes que lo protagonizan y para el lector que los sigue), jalonado por toda clase de catástrofes interiores y exteriores, y en el que le acompañan tres discípulos. El Rey Mono es uno de ellos. Posee poderes mágicos que le permiten llevar a cabo setenta y dos transformaciones de su apariencia y está capacitado para «identificar a los demonios en un abrir y cerrar de ojos», como suelen decir los chinos, que desde el primer emperador a los tiempos de Mao se han especializado en identificar demonios de toda suerte y en clasificarlos, siguiendo operaciones mentales no tan diferentes a las que empleaba el venturoso Emmanuel Swedenborg para clasificar a las poblaciones angélicas. En China los demonios formaban una auténtica multitud. En términos específicos, se trata de una creencia muy alejada de nuestra cultura, pero no en términos generales, ya que en los evangelios el mismo Jesucristo hace varias referencias a la «multitud» de demonios que pueden asaltar a las almas descuidadas. Se trata, con toda evidencia, de demonios diferentes pero que tienen en común su naturaleza perturbadora y posesiva. Como otras grandes narraciones del Reino del Medio, Viaje al Oeste es una creación del período Ming, el más glorioso de la novela china, y es al mismo tiempo la obra de todo un pueblo, como la muralla china y como el mismo imperio, en la que intervienen muchos creadores, hasta cristalizar como narración plena de sentido y perfectamente estructurada en el siglo XVI, gracias a la probable intervención del escritor Wu Chengen, que la dotó de una poderosa estructura. En ese y otros aspectos se trata de una creación parecida a la que llevó a cabo la Grecia arcaica con la Ilíada y la Odisea hasta su fijación definitiva en Homero. Pero su relación con las dos epopeyas griegas es sólo parcial ya que, como narración en sí, Viaje al Oeste se emparenta más con dos novelas fundamentales de Occidente: Don Quijote y Tristram Shandy. Ni estoy hablando de una relación sólo formal ni de una relación sólo de fondo; estoy hablando de una relación estructural que implica una concepción del tiempo con la que ya no estamos demasiado familiarizados.
Da la impresión de que en Europa todo cambió, en la estructuración de las novelas, con la aparición de El Lazarillo de Tormes, que impone una configuración narrativa en el fondo absolutamente racional, dando la impresión de que la historia está trascurriendo en «el tiempo real» y creando justamente por eso un enorme «efecto realidad».
Que esa novela sea hija de Renacimiento no ha de extrañarnos, ya que en el fondo fue el primer «siglo de las luces» de la civilización occidental. Pero desde entonces la novela europea no ha podido despegarse del «efecto realidad» que crea El Lazarillo y del empeño en dotar la narración de una gran coherencia, más allá o más acá de la misma historia, como llega a ocurrir hasta con Kafka, que es la razón llevada a su extremo más absurdo.
Lejos de esa estructuración del tiempo de la vida y el tiempo narrativo, El Quijote consigue, además de un efecto realidad periódicamente renovado en el transcurso de la novela, una relativización del tiempo, no tan excesiva como en Tristram, pero sí lo suficientemente amplia y elástica como para que el lector pueda entrar en una «duración» a veces vaporosa y vasta, y a veces relampagueante y concentrada, que la novela occidental sólo vuelve a recuperar plenamente con en Ulises de Joyce.
Y bien, el tiempo narrativo en el que entramos cuando empezamos a leer Viaje al Oeste es también muy relativo y a la vez alcanza dimensiones absolutas.
Como todas las novelas chinas del mismo período, como En los márgenes del Agua o El romance de los Tres Reinos, la narración avanza pausadamente y se ramifica en cientos de personajes de todas las clases sociales y de todas las formas de existir astrales y reales. Borges definió El sueño del pabellón rojo (otra de las grandes novelas chinas) como una narración «prácticamente infinita»: de igual manera podría definirse Viaje al Oeste. En ese sentido, son novelas que más que entrar en el tiempo de la «realidad» y su sucesión de hechos (de pragmas), entran en el tiempo de la existencia y su sucesión de demoras, desconciertos y repeticiones: los que Kierkegaard llamaba «la seriedad del existir», que se revela siempre de naturaleza tragicómica, como ocurre en Viaje al Oeste y como ocurre también en las grandes novelas occidentales ya mentadas.
Intentar imponer un tiempo ampliamente narrativo y «prácticamente infinito» al tiempo fragmentado y neurótico de la «realidad» es un empeño que entre nosotros sólo lo ha intentado el ingeniero Benet con Herrumbrosas lanzas y que se hace cada vez más difícil, también en China, ya que desde la aparición de los primeros relatos de Lu Xin, el lector chino descubrió la «racionalidad» narrativa de estilo occidental que aportaba Xin así como su fulminante «efecto realidad», y ahora la novela en China tiende a ser concebida en un tiempo real y mental muy parecido al nuestro. Desde esa óptica, Lu Xin llevó a cabo para los chinos una operación muy parecida a la que Mishima perpetró en la cultura japonesa: racionalizó y sistematizó la narración, introduciendo en ella el «tiempo» occidental.
Pero en Viaje al Oeste estamos lejos de esa concepción del tiempo narrativo, porque no es un tiempo que se pueda ver desde el lugar de los hechos. Es más bien un tiempo concebido desde el lugar del conocimiento y de su aliento irregular y muchas veces errático. Y es que el conocer, a diferencia del vivir, evoluciona en un tiempo lleno de arrugas, casi en un tiempo fractal, de una elasticidad desmedida, o fuera de toda medida, siguiendo un camino que, por ser el de la iluminación, está lleno de sombras que le exceden, como si siguiese esos versos terribles del primer poema del Tao que viene a decir:
Ser y no ser surgen del mismo fondo,y ese fondo único se llama oscuridad.Oscurecer esa oscuridad,he ahí la puerta de la clarividencia.
Dicho lo cual, que el lector se prepare para salir de nuestro tiempo pragmático en cuanto acceda al primer capítulo de esta enorme novela que, en parte porque quiere ser una imagen del Mundo y en parte porque lo es, comienza refiriendo el origen del cosmos con frases casi bíblicas: «En el principio sólo existía el Caos. El Cielo y la Tierra formaban una masa confusa, en la que el todo y la nada se entremezclaban como la suciedad en el agua».
Una forma de contar el origen que tiene mucho que ver con los versos del Tao que acabamos de referir. De hecho parecen la misma reflexión, si bien desde ángulos diferentes, y que a su vez guardan muy estrecha relación con himnos védicos de unos mil años antes de Jesucristo.
Y que el lector se prepare también para fondear en el misterio de la muerte y de la vida desde una profundidad que está mucho más allá de nuestra sistematización del mundo, indisolublemente vinculada al espíritu griego que nos funda filosóficamente y que crea las marcas que van a determinar toda nuestra cultura. Porque el tiempo en el que va a entrar ni es lineal ni es circular, es más bien un tiempo en espiral, pero que en lugar de comenzar por el corazón mismo de la espiral comienza por su círculo más abierto, el que refiere la creación de todo el universo, y luego va estrechando sus aros comunicantes hasta detenerse en los seres, o en algunos seres, que pueblan ese vasto universo que quisieran descifrar, y a cuyas revelaciones y manifestaciones van asistiendo en el vasto curso de la novela, tan vasto como los grandes ríos chinos. Aunque si hemos de hacer honor a la estructurada desmesura de Viaje al Oeste, más que un río tiende a parecer un océano de significados en el que no importa perderse una y cien veces pues lo relevante, como en el poema Itaka de Kavafis, es el viaje mismo, un viaje que tiene su destino y su dirección, pero que olvidamos a menudo por la fascinación que va ejerciendo sobre nosotros cada momento del camino, en su purísima demarcación de su propio sentido, que ha de ser absorbido en su absoluta dimensión de instante en el seno del tiempo como agua en el seno de las aguas.
Y tras este breve paseo por el curso «ilimitado» de la novela volvamos a sus personajes y a sus fuentes. Inspirada en remotas leyendas budistas sobre los viajes de Xuanzang y las piezas teatrales Yuan y Ming basadas en él, la novela no es ajena al tono épico, si bien se trata de una épica tan desmitificadora que más que con los griegos tendría que ver con la teoría de la distanciación irónica que escritores como Dóblin pusieron en boga en la primera mitad del siglo pasado.
Y al igual que esa épica de Dóblin (que luego imitó Brecht), Viaje al Oeste va dibujando una dialéctica de la luz en su lucha contra todos los poderes de las sombras.
Dialéctica implícita en todos los protagonistas y muy especialmente en el Rey Mono, en el que los chinos de la época de Mao quisieron ver, con la simpleza que los caracterizaba, «la lucha del pueblo contra las dificultades así como su persistente desafío a la autoridad feudal». Difícilmente se puede concebir una apreciación tan brutal y tendenciosa de Viaje al Oeste, si bien la novela no oculta en ningún momento los antagonismos y antagonías de la sociedad china, la corrupción y la crueldad oscurísima y fundamental que sustenta el mundo objetivo y objetual y que en Viaje al Oeste tiende a conformar una relación especular con el mundo fantasmal, así como con el antes y el después de la vida, en esa abismal prolongación de la existencia que fueron desarrollando primero el hinduismo y luego el budismo y el taoísmo, y que se concreta en la idea de reencarnación.
Para terminar hablaré de las virtudes terapéuticas de esta novela, capaz de sacarnos del tiempo ortopédico que nos está tocando vivir y de conducirnos a un tiempo inmensamente relativo, inmensamente abierto, que curiosamente tiene más que ver con el tiempo que está descubriendo ahora mismo la ciencia que con el tiempo lineal que ha ido configurando la novela occidental durante un buen trecho de su historia, y que la nueva ficción debiera superar con más rigor y más esplendor que en el período de entreguerras del siglo pasado.
Viaje al Oeste nos obliga a afrontar el hecho literario desde dimensiones que pueden resultar muy enriquecedoras para los autores y lectores de ahora, pues lo liberan, durante todo el venturoso tiempo de la lectura, del mundo de los objetivos inmediatos y de las evidencias reductoras y reduccionistas que caracterizan nuestra época, en beneficio de un universo saturado de diamantes, en los que se concentran y dispersan, se dispersan y se concentran siglos y siglos de mitología y especulaciones filosóficas y religiosas, siglos y siglos de sentido y sinsentido, de luces y de sombras, condensándose en una novela donde a la vez que se narra la inmensa historia del cosmos se dibuja la trayectoria de cuatro personajes fundamentales en busca de las verdades más puras y más perdidas. Una novela que incluye, al final, la conquista de la inmortalidad y que termina con una descripción impagable del paraíso, donde no faltan los coros de los seres agradecidos que han obtenido la liberación. Un fin que la novela persigue desde el principio, cuando habla del Caos original que va a tener su espejo en el caos fundamental de cada ser, pero un fin al que el narrador no tiene prisa por llegar, pues la verdad está siempre algo más lejos, como los ojos del Buda de cristal y como la luz inmanente del mundo, que reinaba al principio y que presidirá también el final, cuando el inmenso juego de abalorios del universo vuelva a su dimensión original y el coro del final de la novela enmudezca por exceso de plenitud, bajo un cielo lleno de buenos augurios en el que halla fundamento y destino la alquimia interior, y en el que encuentran su término todas las modificaciones del mundo convertido en sustancia absolutamente transparente y absolutamente llena de su propio vacío.
Dije para terminar y no termino, pues no quisiera dejar en el lector la idea de que nos hallamos ante una narración más alegórica todavía que La Divina Comedia y absolutamente metafísica. No, no. Viaje al Oeste tiene su dimensión iniciática y su dimensión alquímica, pero ante todo es una novela de personajes y de peripecias, donde se ponen en funcionamiento todos los registros narrativos posibles, y presidida por un gran sentido del humor, que halla sus mejores efectos en Puerco y el Rey Mono. Y de no ser ante todo y sobre todo una novela, perfectamente accesible a pesar de su esoterismo, sus personajes no serían tan populares. Y no en vano el Rey Mono recorre todos los espacios de la ficción china, desde la novela, a la poesía, desde la poesía al cuento y a la ópera, y ha habido familias de actores que durante generaciones y generaciones han obtenido su sustento gracias a las representaciones de óperas en relación con el Rey Mono, finalmente presente entre nosotros gracias a la traducción de Enrique P. Gatón e Imelda Huang-Wang, que hacen funcionar en castellano la extraordinaria maquinaria verbal que se pone en marcha en esta prodigiosa novela que ahora tienes en tus manos, lector.
Jesús Ferrero
Traducción del chino de Enrique P. Gatón e Imelda Huang-Wang
Ediciones Siruela, Libros del Tiempo
España, 2004
19 septiembre 2008
(Extractos de El Mensaje Reencontrado)
La realización del deseo está en función de la precisión de la imagen concebida, de la potencia de proyección del deseo y de la regularidad paciente de la plegaria.
Más vale disipar en la caridad que ahorrar para la destrucción.
Empecemos por dar a fin de recibir sin pecar.
Pocos hombres se hacen dignos del don de Dios, que es la libertad del ser en la vida eterna; por eso tantas criaturas se debaten o languidecen en las trabas de la muerte. Hagamos, pues, de nuestra vida una perpetua acción de gracias y sepamos que todo lo que imaginamos y nombramos con fe y amor es realizado en el cielo y pronto será manifestado sobre la tierra.
Obtendremos del Señor todo lo que le pidamos. Pongamos, pues, mucho cuidado en lo que escogemos para no quedar ridículamente por debajo del don de Dios.
Demos gracias y alabemos a Dios en todas las circunstancias, así nos liberará de los males del inmundo y nos colmará de los bienes celestes y terrestres.
Esto es cierto.
Trabajemos para mantener nuestra vida, no obremos jamás para amontonar riquezas.
Dios satisface preferentemente la enormidad de la petición de sus Hijos porque está más acorde con su magnanimidad y con su omnipotencia.
Si nos sentimos débiles: socorramos.
Si nos sentimos rechazados: acojamos.
Si nos consideramos pobres: demos.
Si sufrimos: aliviemos.
Si estamos desconsolados: reconfortemos.
Si somos odiados: bendigamos.
Si somos tentados: recemos.
Si estamos solos: alabemos a Dios.
Enseguida es cuando debemos dejar de hacernos nuevos enemigos, y ahora es cuando debemos reconciliarnos con nuestros antiguos enemigos. Enseguida es cuando debemos cuidar y ayudar a todos los seres de la creación.
Ahora es cuando debemos colmar el déficit enorme de nuestros actos de amor para con el Creador y las criaturas.
«Observemos que lo que nos pasa es precisamente lo que deseamos a los demás o lo que les hacemos padecer».
Tendamos la mano sólo para nosotros mismos y no para los demás. Basta con que señalemos en secreto el desamparo de un fiel para que todos acudan a socorrerle, si somos tal como debemos ser, o sea, santificados por el amor.
-Más vale obedecer sólo a Dios antes que a los hombres y al mundo, como hacen muchos ahora.
Basta con que socorran directamente a los que les designamos en secreto o que ellos mismos descubran.
-Así pues, no nos alejemos de los sencillos y de los pobres y no descuidemos la raíz de los pueblos donde se esconde la gloria de Dios.
-Esto nos dará la alegría del corazón que aparece en la fraternidad de los humildes, los verdaderos hijos de Dios.
No nos inquietemos demasiado por cómo viviremos, pues Dios proveerá por la inspiración y el socorro si se lo pedimos con confianza, pues él vigila, inspira y sostiene a sus hijos en todas las ocasiones.
Un ladrón que da está más cerca de Dios que un justo que conserva lo que ha recibido.
La ayuda nos viene de Dios por la inspiración de los ángeles y por el ministerio de los hombres.
¿Quién será tan estúpido como para rechazar el consejo de los santos y rehusar la ayuda de los hombres después de haber solicitado el socorro del Altísimo?
¿Quién será tan ignorante como para alabar el instrumento y descuidar al artista?
¿Quién será lo bastante inteligente como para remontar hasta el obrero pasando por la herramienta y por la obra?
Esforcémonos cada día en fortalecer nuestra fe en la promesa asombrosa del Todopoderoso. Esforcémonos en aumentar nuestro amor por el generoso que nos alimenta. Esforcémonos en soportar sin desfallecer las pruebas de nuestras vidas oscurecidas. No nos cansemos de solicitar el socorro de la Providencia del Altísimo. No nos desanimemos nunca en nuestra búsqueda del tesoro santo.
La violencia del deseo impide finalmente su realización. Por eso, después de haber rogado mucho, es prudente confiar a Dios el cuidado de concedernos lo que le pedimos, permaneciendo simplemente muy atentos a lo que ocurre en nosotros y alrededor nuestro.
«Cuanto más demos, más recibiremos». Así, el enriquecimiento viene de la libre circulación de bienes y el empobrecimiento viene de su inmovilización.
Quien ama a Dios y su creación también será amado por todos los seres, ya que amando salvaremos y seremos salvados.
Toda la creación nos es ofrecida por Dios, basta con que escojamos y sembremos para cosechar en abundancia, ya sea las obras de vida, ya sea las obras de muerte.
«Si amamos y bendecimos constantemente a Dios y su creación, él también nos amará y nos bendecirá siempre a través de ella».
Volvámonos benévolos y corteses con nuestro prójimo y enviemos buenos pensamientos incluso a nuestros enemigos para que se conviertan a Dios en su corazón. Pues las maldiciones no pueden más que hundirles en sus opiniones y en sus odios oscuros.
No obstante, guardémonos de ellos mientras su maldad no se haya apagado.
Los malvados provienen de nuestra falta de bondad, los pobres de nuestra falta de caridad, los incrédulos de nuestra falta de fe, los rebeldes de nuestra falta de obediencia y así con todo lo demás.
He aquí por qué siempre es culpa nuestra y nunca de los demás, al contrario de lo que solemos creer.
La plegaria y la alabanza que suben hacia Dios recaen sobre nosotros en bendiciones multiplicadas, como los buenos pensamientos que enviamos a los vivos y a los desaparecidos nos vuelven en dones inesperados.
Todo lo que pensamos, nombramos y hacemos se corporifica y se precipita hacia nosotros. Tengamos, pues, mucho cuidado con nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones a fin de no crear nuestra propia desgracia sin saberlo.
Todo lo que pidamos con fe y perseverancia se realizará algún día ante nuestros ojos, aquí abajo.
Vigilemos, pues, atentamente todo lo que entra y todo lo que sale, para no caer en la trampa de las apariencias engañosas de este mundo.
¡Oh, cómo borran el pecado del mundo el buen pensamiento, la buena palabra y la buena acción!
¡Oh, cuánto liberan el alma del creyente la alabanza, la plegaria y la caridad en Dios!
Quien nos ha dado el ser también nos lo puede volver a tomar y a dárnoslo todo de nuevo.
¿Quién puede creer esto en su corazón antes de haberlo visto con sus propios ojos?
Seamos imanes de vida y no imanes de muerte, y sepamos que todo lo que pensamos se corporifica en nosotros y alrededor nuestro y se alimenta de nuestras palabras y de nuestros actos.
Así pues, tengamos mucho cuidado con lo que pensamos y con lo que decimos, ya que si es el bien, el bien aparecerá y si es el mal, el mal vendrá igualmente.
Si amamos a Dios en la humanidad y en la naturaleza, Dios nos amará también en los hombres y a través de toda su creación.
Podremos amar tanto más a los hombres en la medida en que no les pidamos nada, y podremos amar tanto más a nuestro Señor en la medida en que se lo pidamos todo.
Los holgazanes de Dios lo reciben todo de las manos de su Señor, mientras que los trabajadores del mundo penan duramente para carecer de todo aquí abajo.
«Estos holgazanes pueden trabajar como los trabajadores, pero ¿qué trabajador podría holgazanear como estos holgazanes?»
Ni un pensamiento, ni una mirada, ni una palabra, ni un gesto para el mal; así, éste no tomará cuerpo y vida en nosotros ni alrededor nuestro, y si aparece por efecto de la antigua falta, pensaremos el bien, veremos el bien, nombraremos el bien y realizaremos el bien, para que la luz de vida nos invada y sea lo único que subsista en nosotros y alrededor nuestro.
Atemos las buenas palabras alrededor de nuestro cuello y vivamos con ellas hasta que hayan entrado en nosotros.
Primero, contemos con la Providencia del Señor, luego obremos santamente a fin de dar cuerpo a su bendición transformante.
«¿Quién comerá el verbo nacido del cielo y de la tierra a fin de poseer la vida que no perece?»
Nombraremos nuestra esperanza con fe contra toda apariencia contraria y contra toda razón que se oponga, eliminando así la duda y el miedo que matan el alma.
Ejercitémonos diariamente en los actos de fe, nombrando santamente la cosa deseada hasta que se realice ante nuestros ojos.
El santo Nombre del Señor es una magia todopoderosa en la boca del que cree y ama verdaderamente.
Cada imaginación parece absurda hasta que sea realizada en el mundo, entonces, todos se extrañan, después todo el mundo se acostumbra al prodigio y, finalmente, ya nadie le presta atención.
Eliminando la duda de la razón por el ejercicio constante de la fe en acción, no sólo llegaremos a no tener en cuenta las apariencias contrarias, sino también a modificarlas milagrosamente.
Abandonad vuestros embarazosos equipajes a los ávidos, y pedid al Señor de amor y de conocimiento el camino y el viático, como hijos extraviados y arrepentidos, ya que lo inaudito, lo increíble y lo enorme es lo que debemos pedir a Dios, que es todopoderoso para satisfacernos.
Nuestros malos pensamientos, nuestras malas palabras y nuestras malas acciones son lo que da entrada en nosotros a los demonios de la desdicha, del desespero y de la muerte y, por encima de todo, la curiosidad imprudente de nuestros primeros padres.
Nuestros buenos pensamientos, nuestras buenas palabras y nuestras buenas acciones son lo que nos salva de la mezcla infame y de la muerte putrefacta; pero, por encima de todo, es el amor de Dios lo que nos ilumina y purifica del veneno antiguo.
La creación es como la imaginación de Dios coagulada por el verbo. El reposo es como la imaginación divina licuada por el Espíritu Santo.
Los que siembran el amor serán liberados por el amor. Los que siembran el odio serán aplastados por el odio. Con un poco de paciencia, la cosa es fácil de verificar en el mundo.
La realidad es lo que el hombre encarna con la suficiente nitidez como para volverlo sensible en el mundo.
-El ideal es lo que el hombre no encarna con la suficiente potencia como para darle vida y cuerpo aquí abajo.
La creación es un secreto de Dios que muy pocos han conocido o conocerán claramente, y esto humilla a los inteligentes del mundo, que no pueden llegar a penetrarlo con su pequeña inteligencia.
El verdadero Sabio es como un niño pequeño que sigue la naturaleza divina y que se hace obedecer por los elementos, sin sorprenderse en absoluto por ello.
Dios ha reposado en el hombre puro para gozar de su propia creación tan maravillosa y variada.
Si caemos o si creemos caer, mantengamos los ojos fijos en nuestro bello Señor de eternidad en lugar de analizar el barro donde nos debatimos lamentablemente desde la primera caída, pues no son la inteligencia ni la mano del hombre las que separan lo verdadero de lo falso y salvan de la muerte, sino la gracia y el amor del Señor muy sabio y todopoderoso, que perdona y libera a sus hijos bienamados.
La generosidad hacia los demás y hacia uno mismo es la mejor inversión que pueda hacerse en este mundo y en el otro; demos, pues, algo de nuestros bienes antes de que todo nos sea arrebatado y no neguemos nuestra ayuda a los humildes buscadores de Dios.
Finalmente, cada uno tendrá que habérselas con las imágenes buenas o malas de su fe particular. Sólo quien haya esperado a Dios sin imaginar nada gozará plenamente del reposo y de la libertad del Único.
El reposo, el silencio, la plegaria, la meditación, el olvido de sí mismo son los medios para llegar a la presencia divina y a la comunión con Dios, que nos proporcionará todo lo que le pidamos.
Después de haber rogado al Señor generoso, añadamos siempre esto: «Satisfaz mi deseo, Padre todopoderoso, si ello no ha de perjudicarme ni perjudicar a tus hijos».
Que cada cual honre a Dios dentro del tabernáculo secreto de su corazón y que cada cual escuche al profeta interior que le conducirá al Muy Único, al Muy Perfecto, al Muy Viviente, al Muy Puro.
El santo Nombre de Dios es una realidad viva y palpable que lo puede todo. Es un misterio que muy pocos han conocido o conocerán.
Debemos enseñar a nuestros hermanos a rogar a Dios para que obtengan su gracia y su socorro, en lugar de llevarlos a cuestas, lo cual no podría enseñarles a caminar en la fe ni hacernos avanzar en el camino de la libertad de los hijos de Dios.
Manifestemos lo de dentro afuera como lo ha hecho nuestro bello Señor descendido del cielo.
«Bendición y maldición proceden de la visión interior del espíritu y de la fe en acción por el verbo».
El deseo da la substancia.
La imaginación da la forma.
El verbo da el peso.
La fe da la vida, pero la pureza del corazón es lo único que permite la unión con el Dios creador y renovador de todas las cosas.
La Providencia de Dios se manifiesta preferentemente por mediación de los creyentes de buena voluntad; pero puede excepcionalmente actuar por medio de los espíritus o incluso directamente combinando los elementos primordiales.
No imaginemos los medios de realización de nuestra plegaria, ya que las vías de la Providencia del Señor son imprevisibles, desconcertantes e impenetrables para nuestra pequeña razón.
Dios forma y disuelve imágenes, pero salva algunas por medio del Hijo, que es semejante al Padre.
Lo que está netamente establecido adentro ya está en vía de realización afuera en el mundo.
Todo está en potencia dentro de la substancia oculta, y nuestros pensamientos son lo que manifiesta lo deseable o lo indeseable.
El mundo de adentro es lo que cambiará primero, luego el mundo de afuera también será hecho claro y bello.
Nuestra visión interior es lo que hemos de ejercitar y animar, hasta que aparezca en el mundo viva y pura.
La fe viva es loca y absurda, ya que ni siquiera tiene en cuenta las apariencias razonables de la muerte.
No imaginemos ni nombremos lo indeseable para no darle cuerpo y vida en nosotros ni alrededor nuestro.
Es más seguro estar con Dios que contra cualquiera, ya que de esta manera tenemos la seguridad de no equivocarnos jamás y de ir por el camino más corto.
Pongamos nuestras causas en manos del Señor de justicia, y nuestro sueño será apacible y ninguna mancha ensombrecerá la luz de nuestros corazones.
Seamos exigentes con nosotros mismos, pero no violentemos nada ni dentro ni fuera; pidamos más bien el socorro del Todopoderoso, que nos tiende constantemente una mano auxiliadora.
Lo que hemos hecho con nuestras manos vacila y ya se derrumba detrás de nosotros, pero lo que hemos de hacer con nuestro corazón puede volverse imperecedero como la piedra celeste. «Los ignorantes separan brutalmente lo que el Sabio desanuda con paciencia».
Los ignorantes del mundo se burlarán de la ciencia de Dios así como de los que la buscan y dirán: «Si la cosa fuera verdadera todo el mundo lo sabría». De este modo, se excluyen del secreto señorial para siempre y su luz permanece sepultada en las tinieblas de la muerte.
Cuando todo se haya vuelto evidente y claro, pero allí donde ninguna mano podrá alargarse para asir la vida resplandeciente de los hijos de Dios, ¿quién llorará y quién se regocijará verdaderamente?
No recriminemos continuamente lo que nos desagrada: abandonémoslo más bien y contentémonos con el pan de la tierra y con el agua del cielo con el reposo y la alegría del Perfecto.
Si no vamos audazmente hacia el Señor con los ojos cerrados, el Señor no vendrá a nosotros y no quitará la venda que nos ciega y que impide nuestra aproximación a la luz asombrosa del Único.
Lo que hayamos negado y combatido nunca podrá pertenecernos. Tengamos mucho cuidado con lo que pensemos y digamos acerca de la resurrección y del juicio anunciados por los profetas.
Cuando hayamos alcanzado la luz del Único, todos los que tienen deseos los verán realizarse y nadarán en la plenitud de Dios. Pero los que no tengan deseos verán a Dios, entrarán en Dios y Dios penetrará en ellos, y reposarán en el vacío de Dios, que es el cubo de rueda de la plenitud de Dios. Pero eso está reservado a un pequeño número de elegidos, que poseen el aceite del amor y del conocimiento.
Quien ha reconocido la unidad de la vida no se avergüenza de socorrer una lombriz, pues sabe sin ninguna duda que se ayuda a sí mismo socorriendo a cualquier ser vivo.
Si deseamos que Dios nos escoja, no omitamos escogerle también, y si queremos que nos elija en su reino, no olvidemos elegirlo primero en nuestros corazones.
Cada mal pensamiento y cada maldición que suscitamos en el mundo es como una piedra añadida al fardo invisible que nos inclina hacia la desgracia y la muerte.
Si habéis hecho o hacéis una mala acción, no escaparéis al dolor, por lejos que huyáis.
BUDA
Lo que hacéis de bueno o de malo, lo hacéis a vosotros mismos.
CORÁN
Que quien se sienta solitario y abandonado en el mundo se anime, que ruegue al Señor y a sus santos en su corazón y recibirá lo que haya pedido.
Que reflexione bien en su petición, a fin de no recibir cortezas vacías en vez de la almendra substancial que es lo único que colma a los hijos de Dios.
Hay que dar para recibir.
Sólo los creyentes de Dios piden la ayuda del Señor en todas las circunstancias de su vida exiliada aquí abajo; pero la piden con humildad, con fe, con amor, con perseverancia, con violencia, con desespero, con anonadamiento, que es la verdadera humildad que el Señor fecunda y endereza en la vida eterna.
Si intentamos obtener los bienes de este mundo para nosotros mismos y fraudulentamente, sólo cosecharemos su lepra. Pero si pedimos honestamente a nuestro Señor y dueño lo que nos es necesario, lo recibiremos sin daño alguno.
No nos alejemos de los bienes que dependen directamente de la bendición de Dios, a fin de no estar nunca separados del Señor de abundancia, y a fin de no creer jamás que nos bastamos a nosotros mismos, como hacen los insensatos de las ciudades.
La realización del deseo está en función de la precisión de la imagen concebida, de la potencia de proyección del deseo y de la regularidad paciente de la plegaria.
Más vale disipar en la caridad que ahorrar para la destrucción.
Empecemos por dar a fin de recibir sin pecar.
Pocos hombres se hacen dignos del don de Dios, que es la libertad del ser en la vida eterna; por eso tantas criaturas se debaten o languidecen en las trabas de la muerte. Hagamos, pues, de nuestra vida una perpetua acción de gracias y sepamos que todo lo que imaginamos y nombramos con fe y amor es realizado en el cielo y pronto será manifestado sobre la tierra.
Obtendremos del Señor todo lo que le pidamos. Pongamos, pues, mucho cuidado en lo que escogemos para no quedar ridículamente por debajo del don de Dios.
Demos gracias y alabemos a Dios en todas las circunstancias, así nos liberará de los males del inmundo y nos colmará de los bienes celestes y terrestres.
Esto es cierto.
Trabajemos para mantener nuestra vida, no obremos jamás para amontonar riquezas.
Dios satisface preferentemente la enormidad de la petición de sus Hijos porque está más acorde con su magnanimidad y con su omnipotencia.
Si nos sentimos débiles: socorramos.
Si nos sentimos rechazados: acojamos.
Si nos consideramos pobres: demos.
Si sufrimos: aliviemos.
Si estamos desconsolados: reconfortemos.
Si somos odiados: bendigamos.
Si somos tentados: recemos.
Si estamos solos: alabemos a Dios.
Enseguida es cuando debemos dejar de hacernos nuevos enemigos, y ahora es cuando debemos reconciliarnos con nuestros antiguos enemigos. Enseguida es cuando debemos cuidar y ayudar a todos los seres de la creación.
Ahora es cuando debemos colmar el déficit enorme de nuestros actos de amor para con el Creador y las criaturas.
«Observemos que lo que nos pasa es precisamente lo que deseamos a los demás o lo que les hacemos padecer».
Tendamos la mano sólo para nosotros mismos y no para los demás. Basta con que señalemos en secreto el desamparo de un fiel para que todos acudan a socorrerle, si somos tal como debemos ser, o sea, santificados por el amor.
-Más vale obedecer sólo a Dios antes que a los hombres y al mundo, como hacen muchos ahora.
Basta con que socorran directamente a los que les designamos en secreto o que ellos mismos descubran.
-Así pues, no nos alejemos de los sencillos y de los pobres y no descuidemos la raíz de los pueblos donde se esconde la gloria de Dios.
-Esto nos dará la alegría del corazón que aparece en la fraternidad de los humildes, los verdaderos hijos de Dios.
No nos inquietemos demasiado por cómo viviremos, pues Dios proveerá por la inspiración y el socorro si se lo pedimos con confianza, pues él vigila, inspira y sostiene a sus hijos en todas las ocasiones.
Un ladrón que da está más cerca de Dios que un justo que conserva lo que ha recibido.
La ayuda nos viene de Dios por la inspiración de los ángeles y por el ministerio de los hombres.
¿Quién será tan estúpido como para rechazar el consejo de los santos y rehusar la ayuda de los hombres después de haber solicitado el socorro del Altísimo?
¿Quién será tan ignorante como para alabar el instrumento y descuidar al artista?
¿Quién será lo bastante inteligente como para remontar hasta el obrero pasando por la herramienta y por la obra?
Esforcémonos cada día en fortalecer nuestra fe en la promesa asombrosa del Todopoderoso. Esforcémonos en aumentar nuestro amor por el generoso que nos alimenta. Esforcémonos en soportar sin desfallecer las pruebas de nuestras vidas oscurecidas. No nos cansemos de solicitar el socorro de la Providencia del Altísimo. No nos desanimemos nunca en nuestra búsqueda del tesoro santo.
La violencia del deseo impide finalmente su realización. Por eso, después de haber rogado mucho, es prudente confiar a Dios el cuidado de concedernos lo que le pedimos, permaneciendo simplemente muy atentos a lo que ocurre en nosotros y alrededor nuestro.
«Cuanto más demos, más recibiremos». Así, el enriquecimiento viene de la libre circulación de bienes y el empobrecimiento viene de su inmovilización.
Quien ama a Dios y su creación también será amado por todos los seres, ya que amando salvaremos y seremos salvados.
Toda la creación nos es ofrecida por Dios, basta con que escojamos y sembremos para cosechar en abundancia, ya sea las obras de vida, ya sea las obras de muerte.
«Si amamos y bendecimos constantemente a Dios y su creación, él también nos amará y nos bendecirá siempre a través de ella».
Volvámonos benévolos y corteses con nuestro prójimo y enviemos buenos pensamientos incluso a nuestros enemigos para que se conviertan a Dios en su corazón. Pues las maldiciones no pueden más que hundirles en sus opiniones y en sus odios oscuros.
No obstante, guardémonos de ellos mientras su maldad no se haya apagado.
Los malvados provienen de nuestra falta de bondad, los pobres de nuestra falta de caridad, los incrédulos de nuestra falta de fe, los rebeldes de nuestra falta de obediencia y así con todo lo demás.
He aquí por qué siempre es culpa nuestra y nunca de los demás, al contrario de lo que solemos creer.
La plegaria y la alabanza que suben hacia Dios recaen sobre nosotros en bendiciones multiplicadas, como los buenos pensamientos que enviamos a los vivos y a los desaparecidos nos vuelven en dones inesperados.
Todo lo que pensamos, nombramos y hacemos se corporifica y se precipita hacia nosotros. Tengamos, pues, mucho cuidado con nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras acciones a fin de no crear nuestra propia desgracia sin saberlo.
Todo lo que pidamos con fe y perseverancia se realizará algún día ante nuestros ojos, aquí abajo.
Vigilemos, pues, atentamente todo lo que entra y todo lo que sale, para no caer en la trampa de las apariencias engañosas de este mundo.
¡Oh, cómo borran el pecado del mundo el buen pensamiento, la buena palabra y la buena acción!
¡Oh, cuánto liberan el alma del creyente la alabanza, la plegaria y la caridad en Dios!
Quien nos ha dado el ser también nos lo puede volver a tomar y a dárnoslo todo de nuevo.
¿Quién puede creer esto en su corazón antes de haberlo visto con sus propios ojos?
Seamos imanes de vida y no imanes de muerte, y sepamos que todo lo que pensamos se corporifica en nosotros y alrededor nuestro y se alimenta de nuestras palabras y de nuestros actos.
Así pues, tengamos mucho cuidado con lo que pensamos y con lo que decimos, ya que si es el bien, el bien aparecerá y si es el mal, el mal vendrá igualmente.
Si amamos a Dios en la humanidad y en la naturaleza, Dios nos amará también en los hombres y a través de toda su creación.
Podremos amar tanto más a los hombres en la medida en que no les pidamos nada, y podremos amar tanto más a nuestro Señor en la medida en que se lo pidamos todo.
Los holgazanes de Dios lo reciben todo de las manos de su Señor, mientras que los trabajadores del mundo penan duramente para carecer de todo aquí abajo.
«Estos holgazanes pueden trabajar como los trabajadores, pero ¿qué trabajador podría holgazanear como estos holgazanes?»
Ni un pensamiento, ni una mirada, ni una palabra, ni un gesto para el mal; así, éste no tomará cuerpo y vida en nosotros ni alrededor nuestro, y si aparece por efecto de la antigua falta, pensaremos el bien, veremos el bien, nombraremos el bien y realizaremos el bien, para que la luz de vida nos invada y sea lo único que subsista en nosotros y alrededor nuestro.
Atemos las buenas palabras alrededor de nuestro cuello y vivamos con ellas hasta que hayan entrado en nosotros.
Primero, contemos con la Providencia del Señor, luego obremos santamente a fin de dar cuerpo a su bendición transformante.
«¿Quién comerá el verbo nacido del cielo y de la tierra a fin de poseer la vida que no perece?»
Nombraremos nuestra esperanza con fe contra toda apariencia contraria y contra toda razón que se oponga, eliminando así la duda y el miedo que matan el alma.
Ejercitémonos diariamente en los actos de fe, nombrando santamente la cosa deseada hasta que se realice ante nuestros ojos.
El santo Nombre del Señor es una magia todopoderosa en la boca del que cree y ama verdaderamente.
Cada imaginación parece absurda hasta que sea realizada en el mundo, entonces, todos se extrañan, después todo el mundo se acostumbra al prodigio y, finalmente, ya nadie le presta atención.
Eliminando la duda de la razón por el ejercicio constante de la fe en acción, no sólo llegaremos a no tener en cuenta las apariencias contrarias, sino también a modificarlas milagrosamente.
Abandonad vuestros embarazosos equipajes a los ávidos, y pedid al Señor de amor y de conocimiento el camino y el viático, como hijos extraviados y arrepentidos, ya que lo inaudito, lo increíble y lo enorme es lo que debemos pedir a Dios, que es todopoderoso para satisfacernos.
Nuestros malos pensamientos, nuestras malas palabras y nuestras malas acciones son lo que da entrada en nosotros a los demonios de la desdicha, del desespero y de la muerte y, por encima de todo, la curiosidad imprudente de nuestros primeros padres.
Nuestros buenos pensamientos, nuestras buenas palabras y nuestras buenas acciones son lo que nos salva de la mezcla infame y de la muerte putrefacta; pero, por encima de todo, es el amor de Dios lo que nos ilumina y purifica del veneno antiguo.
La creación es como la imaginación de Dios coagulada por el verbo. El reposo es como la imaginación divina licuada por el Espíritu Santo.
Los que siembran el amor serán liberados por el amor. Los que siembran el odio serán aplastados por el odio. Con un poco de paciencia, la cosa es fácil de verificar en el mundo.
La realidad es lo que el hombre encarna con la suficiente nitidez como para volverlo sensible en el mundo.
-El ideal es lo que el hombre no encarna con la suficiente potencia como para darle vida y cuerpo aquí abajo.
La creación es un secreto de Dios que muy pocos han conocido o conocerán claramente, y esto humilla a los inteligentes del mundo, que no pueden llegar a penetrarlo con su pequeña inteligencia.
El verdadero Sabio es como un niño pequeño que sigue la naturaleza divina y que se hace obedecer por los elementos, sin sorprenderse en absoluto por ello.
Dios ha reposado en el hombre puro para gozar de su propia creación tan maravillosa y variada.
Si caemos o si creemos caer, mantengamos los ojos fijos en nuestro bello Señor de eternidad en lugar de analizar el barro donde nos debatimos lamentablemente desde la primera caída, pues no son la inteligencia ni la mano del hombre las que separan lo verdadero de lo falso y salvan de la muerte, sino la gracia y el amor del Señor muy sabio y todopoderoso, que perdona y libera a sus hijos bienamados.
La generosidad hacia los demás y hacia uno mismo es la mejor inversión que pueda hacerse en este mundo y en el otro; demos, pues, algo de nuestros bienes antes de que todo nos sea arrebatado y no neguemos nuestra ayuda a los humildes buscadores de Dios.
Finalmente, cada uno tendrá que habérselas con las imágenes buenas o malas de su fe particular. Sólo quien haya esperado a Dios sin imaginar nada gozará plenamente del reposo y de la libertad del Único.
El reposo, el silencio, la plegaria, la meditación, el olvido de sí mismo son los medios para llegar a la presencia divina y a la comunión con Dios, que nos proporcionará todo lo que le pidamos.
Después de haber rogado al Señor generoso, añadamos siempre esto: «Satisfaz mi deseo, Padre todopoderoso, si ello no ha de perjudicarme ni perjudicar a tus hijos».
Que cada cual honre a Dios dentro del tabernáculo secreto de su corazón y que cada cual escuche al profeta interior que le conducirá al Muy Único, al Muy Perfecto, al Muy Viviente, al Muy Puro.
El santo Nombre de Dios es una realidad viva y palpable que lo puede todo. Es un misterio que muy pocos han conocido o conocerán.
Debemos enseñar a nuestros hermanos a rogar a Dios para que obtengan su gracia y su socorro, en lugar de llevarlos a cuestas, lo cual no podría enseñarles a caminar en la fe ni hacernos avanzar en el camino de la libertad de los hijos de Dios.
Manifestemos lo de dentro afuera como lo ha hecho nuestro bello Señor descendido del cielo.
«Bendición y maldición proceden de la visión interior del espíritu y de la fe en acción por el verbo».
El deseo da la substancia.
La imaginación da la forma.
El verbo da el peso.
La fe da la vida, pero la pureza del corazón es lo único que permite la unión con el Dios creador y renovador de todas las cosas.
La Providencia de Dios se manifiesta preferentemente por mediación de los creyentes de buena voluntad; pero puede excepcionalmente actuar por medio de los espíritus o incluso directamente combinando los elementos primordiales.
No imaginemos los medios de realización de nuestra plegaria, ya que las vías de la Providencia del Señor son imprevisibles, desconcertantes e impenetrables para nuestra pequeña razón.
Dios forma y disuelve imágenes, pero salva algunas por medio del Hijo, que es semejante al Padre.
Lo que está netamente establecido adentro ya está en vía de realización afuera en el mundo.
Todo está en potencia dentro de la substancia oculta, y nuestros pensamientos son lo que manifiesta lo deseable o lo indeseable.
El mundo de adentro es lo que cambiará primero, luego el mundo de afuera también será hecho claro y bello.
Nuestra visión interior es lo que hemos de ejercitar y animar, hasta que aparezca en el mundo viva y pura.
La fe viva es loca y absurda, ya que ni siquiera tiene en cuenta las apariencias razonables de la muerte.
No imaginemos ni nombremos lo indeseable para no darle cuerpo y vida en nosotros ni alrededor nuestro.
Es más seguro estar con Dios que contra cualquiera, ya que de esta manera tenemos la seguridad de no equivocarnos jamás y de ir por el camino más corto.
Pongamos nuestras causas en manos del Señor de justicia, y nuestro sueño será apacible y ninguna mancha ensombrecerá la luz de nuestros corazones.
Seamos exigentes con nosotros mismos, pero no violentemos nada ni dentro ni fuera; pidamos más bien el socorro del Todopoderoso, que nos tiende constantemente una mano auxiliadora.
Lo que hemos hecho con nuestras manos vacila y ya se derrumba detrás de nosotros, pero lo que hemos de hacer con nuestro corazón puede volverse imperecedero como la piedra celeste. «Los ignorantes separan brutalmente lo que el Sabio desanuda con paciencia».
Los ignorantes del mundo se burlarán de la ciencia de Dios así como de los que la buscan y dirán: «Si la cosa fuera verdadera todo el mundo lo sabría». De este modo, se excluyen del secreto señorial para siempre y su luz permanece sepultada en las tinieblas de la muerte.
Cuando todo se haya vuelto evidente y claro, pero allí donde ninguna mano podrá alargarse para asir la vida resplandeciente de los hijos de Dios, ¿quién llorará y quién se regocijará verdaderamente?
No recriminemos continuamente lo que nos desagrada: abandonémoslo más bien y contentémonos con el pan de la tierra y con el agua del cielo con el reposo y la alegría del Perfecto.
Si no vamos audazmente hacia el Señor con los ojos cerrados, el Señor no vendrá a nosotros y no quitará la venda que nos ciega y que impide nuestra aproximación a la luz asombrosa del Único.
Lo que hayamos negado y combatido nunca podrá pertenecernos. Tengamos mucho cuidado con lo que pensemos y digamos acerca de la resurrección y del juicio anunciados por los profetas.
Cuando hayamos alcanzado la luz del Único, todos los que tienen deseos los verán realizarse y nadarán en la plenitud de Dios. Pero los que no tengan deseos verán a Dios, entrarán en Dios y Dios penetrará en ellos, y reposarán en el vacío de Dios, que es el cubo de rueda de la plenitud de Dios. Pero eso está reservado a un pequeño número de elegidos, que poseen el aceite del amor y del conocimiento.
Quien ha reconocido la unidad de la vida no se avergüenza de socorrer una lombriz, pues sabe sin ninguna duda que se ayuda a sí mismo socorriendo a cualquier ser vivo.
Si deseamos que Dios nos escoja, no omitamos escogerle también, y si queremos que nos elija en su reino, no olvidemos elegirlo primero en nuestros corazones.
Cada mal pensamiento y cada maldición que suscitamos en el mundo es como una piedra añadida al fardo invisible que nos inclina hacia la desgracia y la muerte.
Si habéis hecho o hacéis una mala acción, no escaparéis al dolor, por lejos que huyáis.
BUDA
Lo que hacéis de bueno o de malo, lo hacéis a vosotros mismos.
CORÁN
Que quien se sienta solitario y abandonado en el mundo se anime, que ruegue al Señor y a sus santos en su corazón y recibirá lo que haya pedido.
Que reflexione bien en su petición, a fin de no recibir cortezas vacías en vez de la almendra substancial que es lo único que colma a los hijos de Dios.
Hay que dar para recibir.
Sólo los creyentes de Dios piden la ayuda del Señor en todas las circunstancias de su vida exiliada aquí abajo; pero la piden con humildad, con fe, con amor, con perseverancia, con violencia, con desespero, con anonadamiento, que es la verdadera humildad que el Señor fecunda y endereza en la vida eterna.
Si intentamos obtener los bienes de este mundo para nosotros mismos y fraudulentamente, sólo cosecharemos su lepra. Pero si pedimos honestamente a nuestro Señor y dueño lo que nos es necesario, lo recibiremos sin daño alguno.
No nos alejemos de los bienes que dependen directamente de la bendición de Dios, a fin de no estar nunca separados del Señor de abundancia, y a fin de no creer jamás que nos bastamos a nosotros mismos, como hacen los insensatos de las ciudades.
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