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Versículo al azar
El Mensaje Reencontrado
Libro XXVIII
NI REVÉTUE — EL BARRO
27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.
27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
16 octubre 2009
Hermes Trismegisto
(extractos)
¿Y cómo, Oh madre mía, nacen las almas de los sabios?
E Isis contestó: El órgano de la visión está envuelto en túnicas. Cuando estas túnicas son gruesas y densas, la vista es opaca; cuando son buenas y sutiles, la vista es penetrante. Lo mismo sucede con el alma; ella también tiene sus coberturas, incorpóreas como ella misma. Estas coberturas son los aires interiores; cuando son sutiles, claras, y transparentes, entonces el alma es perspicua; cuando, por el contrario, son densas, gruesas y ampulosas, entonces ella no puede ver lejos, y sólo discierne, como en tiempo nublado, aquello que está justo delante de sus pasos.
Oh gran y maravilloso descendiente del ilustre Osiris, no pienses que las almas al dejar el cuerpo se mezclan de forma confundida en la vaga inmensidad y se dispersan en el espíritu universal e infinito, sin poder para volver a sus cuerpos, preservar su identidad, o buscar de nuevo su morada primigenia. El agua que se derrama de un vaso no vuelve más a su lugar allí, no tiene su propia localidad, se mezcla con la masa de las aguas; pero no es así con las almas, Oh sabio Horus, yo estoy iniciada en los misterios de la naturaleza inmortal; ando en los caminos de la verdad, y te lo revelaré todo sin la mínima omisión. Y primero te diré que el agua, siendo un cuerpo sin razón, compuesto de miríadas de partículas fluidas, difiere del alma que es, hijo mío, una entidad personal, el trabajo real de las manos y de la mente de Dios, perdurable en inteligencia. Aquello que procede de la Unidad, y no de la multiplicidad, no se puede mezclar con otras cosas, y para que el alma se una al cuerpo, Dios sujeta esta armoniosa unión a la Necesidad.
[...] axioma Hermético: “Amor y Sabiduría son Uno”.
Desde las alturas donde Él reina descienden innumerables influencias que se extienden alrededor del mundo, dentro de todas las almas tanto generales como particulares, y en la naturaleza de las cosas.
¡Qué felizmente constituida y cerca de los Dioses está la humanidad! Al unirse con lo divino, el hombre desprecia lo que tiene en él de terrestre; se conecta con un lazo de amor a todos los otros seres, y por eso se siente necesario para el orden universal.
Todos los seres animados tienen unas raíces que pasan por debajo de la tierra; los seres inanimados, en cambio, tienen una sola raíz que pasa de abajo arriba y aguanta una floresta de ramas completa. Algunas criaturas se nutren de dos elementos, otras sólo de uno. Hay dos clases de alimentos para las dos porciones de una criatura –una para el alma y otra para el cuerpo. El alma del mundo se sostiene por un movimiento perpetuo. Los cuerpos se desarrollan por medio del agua y la tierra, los alimentos del mundo inferior. El espíritu que lo llena todo, se mezcla con todo, y vivifica todo, añade conciencia a la inteligencia, que, por un privilegio particular, el hombre toma prestada del quinto elemento, el éter. En el hombre, la conciencia ha sido creada para alcanzar el conocimiento del orden divino.
Sólo unos pocos hombres tienen la alegría de crecer hasta la percepción de lo Divino que subsiste sólo en Dios y en la inteligencia humana.
Asclepio:
¿Entonces, no todos los hombres son conscientes de forma similar, Trismegisto?
Hermes:
No todos, Asclepio, tienen la verdadera inteligencia. Son engañados cuando ellos mismos sufren al ahogarse ante la imagen de las cosas, sin buscar la verdadera razón de ellas. Es por esto que se produce el demonio en el hombre; y que la primera de todas las criaturas se rebaja a sí misma hasta el nivel de las bestias.
Pero os hablaré de la conciencia y de todo lo que le concierne cuando llegue a mi exposición de la mente. Pues el hombre en sí es una criatura dual. Una de cuyas partes es solitaria, y, como dicen los griegos, esencial; esto es, formada tras la semejanza divina. La parte que los griegos llaman Cósmica –es decir, perteneciente al mundo– es cuádruple y constituye el cuerpo, que, en el hombre, sirve como un envoltorio del principio divino. Este principio divino, y lo que le pertenece, la percepción de la pura inteligencia, se ocultan tras la exuberancia del cuerpo.
Sólo a unos pocos hombres, raramente dotados con pura inteligencia, se les confía la sagrada facultad de contemplar el cielo con claridad. Aquellos en quienes la confusión entre sus dos naturalezas mantiene cautiva a la inteligencia bajo el peso de sus cuerpos, son señalados por estar en comunión con los elementos inferiores. El hombre no es, entonces, degradado porque tenga una parte mortal; al contrario, su mortalidad aumenta sus aptitudes y su poder; su doble facultad es posible sólo debido a su doble naturaleza; está constituido de tal manera para que pueda abrazar tanto a lo terrestre como a lo divino.
El hombre se conoce a sí mismo y al mundo; debería pues distinguir aquello que está en acuerdo consigo mismo, aquello que es para su uso y aquello a lo que tiene derecho para su adoración.
Mientras dirige a Dios su gloria y sus actos de gracia, debería venerar al mundo, que es la imagen de Dios, recordando que él mismo es la segunda imagen de Dios. Porque Dios tiene dos similitudes: el mundo y el hombre. Al ser la naturaleza del hombre tan compleja, aquella parte de él que está compuesta por el alma, la conciencia, la mente, y la razón, es divina, y desde los elementos superiores parece capaz de llegar al cielo; mientras que su parte cósmica y mundana, formada por el fuego, el agua, la tierra, y el aire, es mortal y permanece sobre la tierra; para que lo que se toma prestado del mundo le pueda ser repuesto.
La perfección se consigue cuando la virtud preserva al hombre del deseo, y le hace despreciar todo lo que es ajeno a él. Pues las cosas terrenales, de las que el cuerpo desea su posesión, son ajenas a todas las partes del Pensamiento divino. Tales cosas pueden muy bien llamarse posesiones, puesto que no nacen con nosotros, son adquiridas posteriormente. Son, por tanto, ajenas al hombre, e incluso el mismo cuerpo es ajeno al hombre, de tal manera que el hombre debería despreciar tanto el objeto de deseo, como aquello que le hace accesible desearlo.
Él es capaz, por tanto, de incluir en sus investigaciones, diferencias, cualidades, efectos y cantidades. Pero si está demasiado bloqueado por el peso de su cuerpo, se verá incapaz de penetrar en la verdadera razón de las cosas.
Adorar a Dios en su simplicidad de pensamiento y alma, venerar su trabajo, bendecir su voluntad, que es en sí el bien completo, –esta es la única filosofía que no es profanada por la vaga curiosidad de la mente.
Ellos afirman que Dios debería haber preservado al mundo del mal; ahora bien, el mal es una parte integral del mundo. El Dios soberano proveyó verdaderamente contra él cuanto fue razonable y posible al distribuir los sentimientos humanos, el conocimiento y la inteligencia. Sólo a través de estas facultades, que nos sitúan por encima de los animales, podemos escapar de las trampas del vicio y del mal. El hombre que es sabio y está protegido por la inteligencia divina, sabe como preservarse de tales males tan pronto como entra en contacto con ellos, y antes de que haya sido atrapado. El fundamento del conocimiento es la bondad suprema. El Espíritu gobierna y da vida a todo lo que hay en este mundo; es un instrumento empleado por la voluntad del Dios soberano. Así debemos comprender, sólo mediante nuestra inteligencia, la Inteligibilidad suprema llamada Dios. Es Él quien dirige el segundo y sensible Dios (el universo), que contiene todo el espacio, todas las sustancias, la materia de todo lo que engendra y produce, –en una palabra, todo lo que existe.
El mundo nutre los cuerpos, el espíritu nutre las almas. Pero, la ofrenda celestial que es el feliz privilegio de la humanidad, nutre la inteligencia, pero sólo muy pocos hombres tienen una inteligencia capaz de recibir semejante beneficio.
La comprensión de la religión sagrada, la base de todas las cosas, lleva al desprecio de todos los vicios del mundo, y suple el remedio en su contra; pero cuando la ignorancia se sostiene a sí misma, entonces los vicios se desenvuelven e infligen al alma un dolor incurable.
Infectado por los vicios, el alma es, de alguna manera, envanecida con veneno, y sólo puede ser curada con el conocimiento y el entendimiento. Déjanos, por tanto, continuar esta enseñanza, aunque sólo un pequeño número pueda sacarle provecho; y aprende esto, Oh Asclepio, porque sólo para el hombre Dios ha dado una parte de su inteligencia y su conocimiento. Por tanto, escucha.
Dios, el Padre y el Gobernador, después de los Dioses, creó a los hombres mediante la unión, en proporciones iguales, de la parte corruptible del universo y de la parte divina, y sucedió que las imperfecciones del universo se mantuvieron mezcladas en su carne. La necesidad de alimento que tenemos en común con todas las criaturas, nos sujeta al deseo y a todos los otros vicios del alma. Los Dioses, constituidos por la parte más pura de la Naturaleza, no tienen necesidad de la ayuda del razonamiento o del estudio; la inmortalidad y la eterna juventud son para ellos sabiduría y conocimiento.
Así como el sol nutre todos los gérmenes, y recibe la promesa de los frutos con sus rayos, que como manos divinas, recoge para el Dios; así como esas manos divinas reúnen también los dulces aromas de las plantas, asimismo nosotros, tras haber empezado por la adoración del Más Alto y la emanación de su Sabiduría, después de haber reunido en nuestras almas la fragancia de esas flores celestes, tenemos ahora que recoger la dulzura de su sagrada cosecha, la que Él, con fecundas lluvias, bendecirá.
La Gnosis universal que comunica la vida con todo, y nos permite alabar a Dios, es en sí misma un regalo de Dios. Porque Dios, siendo bueno, tiene en sí mismo la plenitud de toda perfección; siendo Inmortal, contiene en sí mismo inmortal quietud, y su poder eterno manda a este mundo una saludable bendición.
La raza humana, como es mortal, y formada de una materia corruptible, está es disposición de caer cuando la visión de las cosas divinas no la alimenta (en virtud). Mediante las energías que toma de la Naturaleza, el hombre está sujeto al Destino; mediante los errores de su vida, a la Justicia.
Por consiguiente la visión incorpórea proviene del cuerpo para contemplar la belleza, elevándose a sí misma y adorando, no la forma, ni el cuerpo, ni la apariencia, sino aquello que, detrás de todo, está calmado y tranquilo, es substancial e inmutable; aquello que es todo, solo y único, aquello que es por sí mismo y en sí mismo, similar a sí mismo, y sin variación.
Si no fuera por la providencia del Señor del universo, quien me induce a revelar estas palabras, no tendrías un deseo tan grande de investigar en estos asuntos. Ahora, por tanto, escucha el final de este discurso. Este espíritu del que he hablado tan a menudo es necesario a todo; porque todo lo mantiene, a todo da vida, todo lo nutre. Fluye de la Fuente sagrada, y acude sin cesar en ayuda de los espíritus y de todas las criaturas vivientes.
Su Mundo perfecto, generativo y creador, al descender a la Naturaleza generativa y al agua generadora, hace el agua fértil.
El tiempo pasado está encerrado en lo que ya no es; el futuro no existe ya que no se ha convertido en presente; el presente, a su vez, deja de ser él mismo en el momento en que se mantiene.
Oh gran y maravilloso descendiente del ilustre Osiris, no pienses que las almas al dejar el cuerpo se mezclan de forma confundida en la vaga inmensidad y se dispersan en el espíritu universal e infinito, sin poder para volver a sus cuerpos, preservar su identidad, o buscar de nuevo su morada primigenia. El agua que se derrama de un vaso no vuelve más a su lugar allí, no tiene su propia localidad, se mezcla con la masa de las aguas; pero no es así con las almas, Oh sabio Horus, yo estoy iniciada en los misterios de la naturaleza inmortal; ando en los caminos de la verdad, y te lo revelaré todo sin la mínima omisión. Y primero te diré que el agua, siendo un cuerpo sin razón, compuesto de miríadas de partículas fluidas, difiere del alma que es, hijo mío, una entidad personal, el trabajo real de las manos y de la mente de Dios, perdurable en inteligencia. Aquello que procede de la Unidad, y no de la multiplicidad, no se puede mezclar con otras cosas, y para que el alma se una al cuerpo, Dios sujeta esta armoniosa unión a la Necesidad.
[...] axioma Hermético: “Amor y Sabiduría son Uno”.
Desde las alturas donde Él reina descienden innumerables influencias que se extienden alrededor del mundo, dentro de todas las almas tanto generales como particulares, y en la naturaleza de las cosas.
¡Qué felizmente constituida y cerca de los Dioses está la humanidad! Al unirse con lo divino, el hombre desprecia lo que tiene en él de terrestre; se conecta con un lazo de amor a todos los otros seres, y por eso se siente necesario para el orden universal.
Todos los seres animados tienen unas raíces que pasan por debajo de la tierra; los seres inanimados, en cambio, tienen una sola raíz que pasa de abajo arriba y aguanta una floresta de ramas completa. Algunas criaturas se nutren de dos elementos, otras sólo de uno. Hay dos clases de alimentos para las dos porciones de una criatura –una para el alma y otra para el cuerpo. El alma del mundo se sostiene por un movimiento perpetuo. Los cuerpos se desarrollan por medio del agua y la tierra, los alimentos del mundo inferior. El espíritu que lo llena todo, se mezcla con todo, y vivifica todo, añade conciencia a la inteligencia, que, por un privilegio particular, el hombre toma prestada del quinto elemento, el éter. En el hombre, la conciencia ha sido creada para alcanzar el conocimiento del orden divino.
Sólo unos pocos hombres tienen la alegría de crecer hasta la percepción de lo Divino que subsiste sólo en Dios y en la inteligencia humana.
Asclepio:
¿Entonces, no todos los hombres son conscientes de forma similar, Trismegisto?
Hermes:
No todos, Asclepio, tienen la verdadera inteligencia. Son engañados cuando ellos mismos sufren al ahogarse ante la imagen de las cosas, sin buscar la verdadera razón de ellas. Es por esto que se produce el demonio en el hombre; y que la primera de todas las criaturas se rebaja a sí misma hasta el nivel de las bestias.
Pero os hablaré de la conciencia y de todo lo que le concierne cuando llegue a mi exposición de la mente. Pues el hombre en sí es una criatura dual. Una de cuyas partes es solitaria, y, como dicen los griegos, esencial; esto es, formada tras la semejanza divina. La parte que los griegos llaman Cósmica –es decir, perteneciente al mundo– es cuádruple y constituye el cuerpo, que, en el hombre, sirve como un envoltorio del principio divino. Este principio divino, y lo que le pertenece, la percepción de la pura inteligencia, se ocultan tras la exuberancia del cuerpo.
Sólo a unos pocos hombres, raramente dotados con pura inteligencia, se les confía la sagrada facultad de contemplar el cielo con claridad. Aquellos en quienes la confusión entre sus dos naturalezas mantiene cautiva a la inteligencia bajo el peso de sus cuerpos, son señalados por estar en comunión con los elementos inferiores. El hombre no es, entonces, degradado porque tenga una parte mortal; al contrario, su mortalidad aumenta sus aptitudes y su poder; su doble facultad es posible sólo debido a su doble naturaleza; está constituido de tal manera para que pueda abrazar tanto a lo terrestre como a lo divino.
El hombre se conoce a sí mismo y al mundo; debería pues distinguir aquello que está en acuerdo consigo mismo, aquello que es para su uso y aquello a lo que tiene derecho para su adoración.
Mientras dirige a Dios su gloria y sus actos de gracia, debería venerar al mundo, que es la imagen de Dios, recordando que él mismo es la segunda imagen de Dios. Porque Dios tiene dos similitudes: el mundo y el hombre. Al ser la naturaleza del hombre tan compleja, aquella parte de él que está compuesta por el alma, la conciencia, la mente, y la razón, es divina, y desde los elementos superiores parece capaz de llegar al cielo; mientras que su parte cósmica y mundana, formada por el fuego, el agua, la tierra, y el aire, es mortal y permanece sobre la tierra; para que lo que se toma prestado del mundo le pueda ser repuesto.
La perfección se consigue cuando la virtud preserva al hombre del deseo, y le hace despreciar todo lo que es ajeno a él. Pues las cosas terrenales, de las que el cuerpo desea su posesión, son ajenas a todas las partes del Pensamiento divino. Tales cosas pueden muy bien llamarse posesiones, puesto que no nacen con nosotros, son adquiridas posteriormente. Son, por tanto, ajenas al hombre, e incluso el mismo cuerpo es ajeno al hombre, de tal manera que el hombre debería despreciar tanto el objeto de deseo, como aquello que le hace accesible desearlo.
Él es capaz, por tanto, de incluir en sus investigaciones, diferencias, cualidades, efectos y cantidades. Pero si está demasiado bloqueado por el peso de su cuerpo, se verá incapaz de penetrar en la verdadera razón de las cosas.
Adorar a Dios en su simplicidad de pensamiento y alma, venerar su trabajo, bendecir su voluntad, que es en sí el bien completo, –esta es la única filosofía que no es profanada por la vaga curiosidad de la mente.
Ellos afirman que Dios debería haber preservado al mundo del mal; ahora bien, el mal es una parte integral del mundo. El Dios soberano proveyó verdaderamente contra él cuanto fue razonable y posible al distribuir los sentimientos humanos, el conocimiento y la inteligencia. Sólo a través de estas facultades, que nos sitúan por encima de los animales, podemos escapar de las trampas del vicio y del mal. El hombre que es sabio y está protegido por la inteligencia divina, sabe como preservarse de tales males tan pronto como entra en contacto con ellos, y antes de que haya sido atrapado. El fundamento del conocimiento es la bondad suprema. El Espíritu gobierna y da vida a todo lo que hay en este mundo; es un instrumento empleado por la voluntad del Dios soberano. Así debemos comprender, sólo mediante nuestra inteligencia, la Inteligibilidad suprema llamada Dios. Es Él quien dirige el segundo y sensible Dios (el universo), que contiene todo el espacio, todas las sustancias, la materia de todo lo que engendra y produce, –en una palabra, todo lo que existe.
El mundo nutre los cuerpos, el espíritu nutre las almas. Pero, la ofrenda celestial que es el feliz privilegio de la humanidad, nutre la inteligencia, pero sólo muy pocos hombres tienen una inteligencia capaz de recibir semejante beneficio.
La comprensión de la religión sagrada, la base de todas las cosas, lleva al desprecio de todos los vicios del mundo, y suple el remedio en su contra; pero cuando la ignorancia se sostiene a sí misma, entonces los vicios se desenvuelven e infligen al alma un dolor incurable.
Infectado por los vicios, el alma es, de alguna manera, envanecida con veneno, y sólo puede ser curada con el conocimiento y el entendimiento. Déjanos, por tanto, continuar esta enseñanza, aunque sólo un pequeño número pueda sacarle provecho; y aprende esto, Oh Asclepio, porque sólo para el hombre Dios ha dado una parte de su inteligencia y su conocimiento. Por tanto, escucha.
Dios, el Padre y el Gobernador, después de los Dioses, creó a los hombres mediante la unión, en proporciones iguales, de la parte corruptible del universo y de la parte divina, y sucedió que las imperfecciones del universo se mantuvieron mezcladas en su carne. La necesidad de alimento que tenemos en común con todas las criaturas, nos sujeta al deseo y a todos los otros vicios del alma. Los Dioses, constituidos por la parte más pura de la Naturaleza, no tienen necesidad de la ayuda del razonamiento o del estudio; la inmortalidad y la eterna juventud son para ellos sabiduría y conocimiento.
Así como el sol nutre todos los gérmenes, y recibe la promesa de los frutos con sus rayos, que como manos divinas, recoge para el Dios; así como esas manos divinas reúnen también los dulces aromas de las plantas, asimismo nosotros, tras haber empezado por la adoración del Más Alto y la emanación de su Sabiduría, después de haber reunido en nuestras almas la fragancia de esas flores celestes, tenemos ahora que recoger la dulzura de su sagrada cosecha, la que Él, con fecundas lluvias, bendecirá.
La Gnosis universal que comunica la vida con todo, y nos permite alabar a Dios, es en sí misma un regalo de Dios. Porque Dios, siendo bueno, tiene en sí mismo la plenitud de toda perfección; siendo Inmortal, contiene en sí mismo inmortal quietud, y su poder eterno manda a este mundo una saludable bendición.
La raza humana, como es mortal, y formada de una materia corruptible, está es disposición de caer cuando la visión de las cosas divinas no la alimenta (en virtud). Mediante las energías que toma de la Naturaleza, el hombre está sujeto al Destino; mediante los errores de su vida, a la Justicia.
Por consiguiente la visión incorpórea proviene del cuerpo para contemplar la belleza, elevándose a sí misma y adorando, no la forma, ni el cuerpo, ni la apariencia, sino aquello que, detrás de todo, está calmado y tranquilo, es substancial e inmutable; aquello que es todo, solo y único, aquello que es por sí mismo y en sí mismo, similar a sí mismo, y sin variación.
Si no fuera por la providencia del Señor del universo, quien me induce a revelar estas palabras, no tendrías un deseo tan grande de investigar en estos asuntos. Ahora, por tanto, escucha el final de este discurso. Este espíritu del que he hablado tan a menudo es necesario a todo; porque todo lo mantiene, a todo da vida, todo lo nutre. Fluye de la Fuente sagrada, y acude sin cesar en ayuda de los espíritus y de todas las criaturas vivientes.
Su Mundo perfecto, generativo y creador, al descender a la Naturaleza generativa y al agua generadora, hace el agua fértil.
El tiempo pasado está encerrado en lo que ya no es; el futuro no existe ya que no se ha convertido en presente; el presente, a su vez, deja de ser él mismo en el momento en que se mantiene.
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