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Versículo al azar
El Mensaje Reencontrado
Libro XXVIII
NI REVÉTUE — EL BARRO
27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.
27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
21 agosto 2011
(versículos de El Mensaje Reencontrado)
Cuando los burlones estén sumergidos en el fango de
la muerte les preguntaremos: «Y ahora, ¿dónde están vuestros
chistes?». Y no habrá más que aullidos de bestia por toda
respuesta.
Si no podemos ser como el que instruye, esforcémonos al menos en no parecernos a los que extravían.
«¡Señor, libéranos del espíritu rebelde que nos come el corazón!»
Sólo los que han visto al Señor al descubierto pueden enseñar a los hombres y restablecer sus leyes, pero no violentan ninguna criatura, a ejemplo de Dios, su padre.
Los grandes Sabios y los grandes profetas son los pastores de los inmensos rebaños de hombres que pertenecen a Dios.
¿Para qué pueden servirnos los múltiples conocimientos exteriores si ignoramos el centro que los resume todos?
El hombre temible es el que quiere hacer obligatoriamente felices a los demás; después viene el que quiere hacerles desgraciados.
Ninguna religión tiene el monopolio de Dios, ya que él es único y ellas son diversas.
Toda ciencia, toda religión y toda jurisdicción que se aparta de las leyes naturales y divinas es falsa y conduce a la muerte.
Podemos ridiculizar las creencias, corromper las iglesias, complicar las leyes, derrocar los poderes, violentar la naturaleza y trastornar las naciones; de este modo no cambiaremos nada en las tinieblas de nuestros corazones, donde espera con paciencia la luz del mundo.
El amor de Dios y de los hombres jamás debe llegar hasta la demencia, que es una destrucción de uno mismo y de los demás.
La iluminación es a menudo expansiva.
La sabiduría no es jamás fanática.
El hombre santo y Sabio no juzga a nadie, instruye por el ejemplo como hace la naturaleza del Señor.
Rogaremos eficazmente en el deseo, en la imaginación y en el amor; y no con los labios, con los gestos y con el miedo.
Todos pierden su tiempo y su vida ante Dios: creyentes e impíos, honrados y criminales, trabajadores y holgazanes, inteligentes e idiotas, ascetas y libertinos, sabios e ignorantes, genios y mediocres, gloriosos e ignorados, diestros y torpes, jóvenes y viejos, ricos y pobres, civilizados y salvajes, todos, excepto el que busca locamente a su Señor aquí abajo sin distracción ni reposo, excepto el que pone mano en el limo primero y hace la obra de Dios.
Si no podemos ser como el que instruye, esforcémonos al menos en no parecernos a los que extravían.
«¡Señor, libéranos del espíritu rebelde que nos come el corazón!»
Sólo los que han visto al Señor al descubierto pueden enseñar a los hombres y restablecer sus leyes, pero no violentan ninguna criatura, a ejemplo de Dios, su padre.
Los grandes Sabios y los grandes profetas son los pastores de los inmensos rebaños de hombres que pertenecen a Dios.
¿Para qué pueden servirnos los múltiples conocimientos exteriores si ignoramos el centro que los resume todos?
El hombre temible es el que quiere hacer obligatoriamente felices a los demás; después viene el que quiere hacerles desgraciados.
Ninguna religión tiene el monopolio de Dios, ya que él es único y ellas son diversas.
Toda ciencia, toda religión y toda jurisdicción que se aparta de las leyes naturales y divinas es falsa y conduce a la muerte.
Podemos ridiculizar las creencias, corromper las iglesias, complicar las leyes, derrocar los poderes, violentar la naturaleza y trastornar las naciones; de este modo no cambiaremos nada en las tinieblas de nuestros corazones, donde espera con paciencia la luz del mundo.
El amor de Dios y de los hombres jamás debe llegar hasta la demencia, que es una destrucción de uno mismo y de los demás.
La iluminación es a menudo expansiva.
La sabiduría no es jamás fanática.
El hombre santo y Sabio no juzga a nadie, instruye por el ejemplo como hace la naturaleza del Señor.
Rogaremos eficazmente en el deseo, en la imaginación y en el amor; y no con los labios, con los gestos y con el miedo.
Todos pierden su tiempo y su vida ante Dios: creyentes e impíos, honrados y criminales, trabajadores y holgazanes, inteligentes e idiotas, ascetas y libertinos, sabios e ignorantes, genios y mediocres, gloriosos e ignorados, diestros y torpes, jóvenes y viejos, ricos y pobres, civilizados y salvajes, todos, excepto el que busca locamente a su Señor aquí abajo sin distracción ni reposo, excepto el que pone mano en el limo primero y hace la obra de Dios.
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