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Versículo al azar
El Mensaje Reencontrado
Libro XXVIII
NI REVÉTUE — EL BARRO
27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.
27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
25 marzo 2012
(versículos de El Mensaje Reencontrado)
Las iglesias serían muy necesarias para transmitir la antorcha santa del amor, y los monasterios serían muy útiles para guardar el fuego santo del conocimiento.
La Iglesia es una buena cosa, pero los que la complican, la dividen y la oscurecen son una mala cosa, que no debemos confundir con la buena.
«El Señor reconoce a los suyos en el secreto de sus corazones».
La Iglesia es una buena cosa, pero los que la complican, la dividen y la oscurecen son una mala cosa, que no debemos confundir con la buena.
«El Señor reconoce a los suyos en el secreto de sus corazones».
La Iglesia de dentro, inmortal y pura por la unión de los santos en Dios, es la que debemos honrar en nuestros corazones y no la Iglesia de fuera, temporal y manchada por los hombres, la que debemos idolatrar en el mundo.
Que los guardianes que no pueden trascender las figuras, los símbolos y los ritos de sus religiones no impidan a los que buscan la salvación de Dios ir más allá de las apariencias destinadas a contener a los profanos.
Las iglesias cargan a los creyentes hasta el absurdo y acaban por desanimar a los mejores y eliminar a los vivos, a fuerza de reglamentaciones muertas y exigencias imbéciles.
Dios no es una abstracción delirante del espíritu humano, como podrían hacer creer las descripciones de ciertos creyentes. Es una realidad viva que se ve, que se siente, que se palpa, que se saborea y que da la vida imperecedera. ¿No es suficiente y maravilloso?
El Señor del cielo nos ve. Nos oye y nos aprueba.
¿Qué haremos, pues, con la aprobación o la desaprobación de los que se han encargado de transmitir su doctrina pública en el mundo y no la observan?
El Señor del cielo nos ve. Nos inspira y nos fecunda.
¿Qué haremos, pues, con la aprobación o la desaprobación de los que se han encargado de transmitir su doctrina secreta en los corazones y no la entienden?
En la tierra hay sacerdotes encargados de celebrar un culto que no es más que la imagen y la sombra de las cosas celestes.
PABLO
Dejemos a los creyentes orgullosos que quieren aleccionar a los demás y que se creen automáticamente salvados por las fórmulas y por los símbolos de su religión, que confunden estúpidamente con la realidad viva del don de Dios.
Que los guardianes que no pueden trascender las figuras, los símbolos y los ritos de sus religiones no impidan a los que buscan la salvación de Dios ir más allá de las apariencias destinadas a contener a los profanos.
Las iglesias cargan a los creyentes hasta el absurdo y acaban por desanimar a los mejores y eliminar a los vivos, a fuerza de reglamentaciones muertas y exigencias imbéciles.
Dios no es una abstracción delirante del espíritu humano, como podrían hacer creer las descripciones de ciertos creyentes. Es una realidad viva que se ve, que se siente, que se palpa, que se saborea y que da la vida imperecedera. ¿No es suficiente y maravilloso?
El Señor del cielo nos ve. Nos oye y nos aprueba.
¿Qué haremos, pues, con la aprobación o la desaprobación de los que se han encargado de transmitir su doctrina pública en el mundo y no la observan?
El Señor del cielo nos ve. Nos inspira y nos fecunda.
¿Qué haremos, pues, con la aprobación o la desaprobación de los que se han encargado de transmitir su doctrina secreta en los corazones y no la entienden?
En la tierra hay sacerdotes encargados de celebrar un culto que no es más que la imagen y la sombra de las cosas celestes.
PABLO
Dejemos a los creyentes orgullosos que quieren aleccionar a los demás y que se creen automáticamente salvados por las fórmulas y por los símbolos de su religión, que confunden estúpidamente con la realidad viva del don de Dios.
Consideremos sus sermones, pero consideremos también el barro que les cubre de pies a cabeza y comprenderemos que no predican como salvados sino que gritan como perdidos. Ilustran, sin saberlo, la parábola de los ciegos que conducen a otros ciegos.
Muchos de los que han visto, oído y tocado al Señor no han conocido su doctrina oculta; los que ahora nos predican con imágenes ¿cómo podrían sospechar, el secreto vivo que las anima a todas?
Muchos de los que han visto, oído y tocado al Señor no han conocido su doctrina oculta; los que ahora nos predican con imágenes ¿cómo podrían sospechar, el secreto vivo que las anima a todas?
Que éstos sean prudentes, humildes y tímidos al aleccionarnos acerca del Señor que salva de la muerte; pues ellos mismos no están todavía salvados ni iluminados en Dios.
No hemos venido a dar el agua a los que creen estúpidamente apagar su sed recitando la fórmula del agua y que rechazan la copa de la vida.
La aristocracia cristiana del conocimiento ha sido decapitada desde el comienzo, y los símbolos, las personas, los ritos y los sacramentos han sustituido la realidad transcendente del misterio divino.
No hemos venido a dar el agua a los que creen estúpidamente apagar su sed recitando la fórmula del agua y que rechazan la copa de la vida.
La aristocracia cristiana del conocimiento ha sido decapitada desde el comienzo, y los símbolos, las personas, los ritos y los sacramentos han sustituido la realidad transcendente del misterio divino.
Así, los que orgullosamente han creído ser los más iluminados se han vuelto idólatras, ciegos y supersticiosos sin saberlo y, exigiendo la fe ciega para todos, han vuelto a poner la luz de Dios bajo el celemín y ellos mismos se han privado de ella.
Los incrédulos pueden convertirse y acercarse al misterio de vida para ser salvados, pero ¿los creyentes que se han encerrado en las imágenes muertas del secreto de Dios, cómo podrán descubrir la realidad tangible del Señor descendido del cielo y que salva de la muerte?
Los incrédulos pueden convertirse y acercarse al misterio de vida para ser salvados, pero ¿los creyentes que se han encerrado en las imágenes muertas del secreto de Dios, cómo podrán descubrir la realidad tangible del Señor descendido del cielo y que salva de la muerte?
Más vale no conocer nada que conocer algo a medias y permanecer obstinadamente fijado en ello, creyéndose instruido del todo. Por perfecta que pueda ser, la imagen de una flor no tiene perfume y la de un pan no sacia.
Los que se borran constantemente ante Dios y los que proclaman su nada ante Dios, ¿pueden ser los enemigos de Dios?
Responded, ¡oh, hipócritas, que fingís adorar al Señor y, solapadamente, os anteponéis en todas las ocasiones a la prioridad del Único!
¿No nos hemos sometido a los mandamientos de Dios tanto como lo permite nuestra debilidad? Y si reprendemos la debilidad de los servidores de Dios, ¿acaso no es para volver más resplandeciente y pura la palabra de Dios en el mundo entenebrecido?
Los que hacen alarde de representar a Dios sobre la tierra de los hombres deben necesariamente oír lo que Dios les dice cuando le ruegan humildemente que les instruya.
Estos nos dirán sinceramente lo que el Señor les ha revelado respecto al Libro, pero, ¿quizá no los oye o no les contesta? Entonces, ¿cómo pueden prevalerse del Único?
No todos los guardianes de las santas Escrituras están dormidos en una sinecura. Todavía hay algunos que esperan y buscan la salvación de Dios aquí abajo.
Confiamos en la perspicacia de los verdaderos amantes del Único y confiamos en su buena fe, porque son videntes y oyentes de Dios.
Los verdaderos creyentes soportan las contradicciones de los que no creen como ellos y las de los que no creen en nada, porque su esperanza no es vana y su fe no es homicida.
La tolerancia es lo propio de Dios y de los que le pertenecen, así como la intolerancia es lo propio de la Bestia y de los que le sirven. Es una señal infalible que trasciende todas las etiquetas particulares.
Dios quiere una Iglesia viva con el Señor de amor en acción en los corazones de los creyentes, y no una Iglesia muerta llena de hipócritas que no se ocupan más que de sus asuntos y de los del mundo.
Los mediocres y los hipócritas serán desanimados a fin de que la Iglesia subsista más bien en calidad que en cantidad.
Corresponde a los verdaderos creyentes rehacer la Iglesia en su pureza primera. ¡Que todos los que ponen al Señor de vida y su salvación por encima de sus personas y de sus bienes, vengan al Señor en sus corazones a fin de rehacer la unidad del amor en la libertad de los hijos de Dios!
Hay que decirlo, aunque no guste a todos: los creyentes aislados han hecho más por la vida de la Iglesia que los clérigos que nutre en su seno.
El buen pastor vive al día entre su pequeño rebaño como hacía el maestro santo, sin vanas separaciones y sin vanidosas restricciones.
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