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Versículo al azar
El Mensaje Reencontrado
Libro XXVIII
NI REVÉTUE — EL BARRO
27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.
27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
14 marzo 2014
En el verano de 1805 el jefe seneca Casaca Roja (Sagoyewatha) pronunció el siguiente discurso como respuesta a un joven misionero que pretendía cristianizar a los iroqueses.
Amigo y hermano: Ha sido voluntad del Gran Espíritu que nos encontremos hoy aquí. Él gobierna todas las cosas y nos ha dado un buen día para nuestro consejo. Ha retirado su manto del sol, permitiendo que brille con intensidad sobre nosotros.
Tenemos los ojos abiertos y vemos con claridad. Tenemos los oídos despejados y hemos oído perfectamente las palabras que has pronunciado.
Por todos estos favores damos las gracias al Gran Espíritu y sólo a Él.
Hermano, este fuego del consejo se ha encendido para ti. A petición tuya nos hemos reunido aquí. Hemos escuchado atentamente cuanto has dicho.
Nos has pedido que expresemos nuestra opinión libremente. Esto nos alegra mucho, pues estamos delante de ti y podemos decir lo que pensamos. Todos hemos oído tu voz y te hablamos ahora como un solo hombre. Estamos todos de acuerdo.
Hermano, dices que antes de marcharte de aquí quieres una respuesta a lo que has propuesto. Justo es que la recibas, pues estás muy lejos de casa y no deseamos retenerte. Pero antes recordaremos un poco y te diremos lo que nuestros padres nos dijeron y lo que sabemos de los blancos.
Escucha bien lo que decimos, hermano.
Hubo un tiempo en el que nuestros antepasados poseían esta gran isla. Sus dominios se extendían desde oriente hasta poniente. El Gran Espíritu creó esta tierra para los indios. Él creó al búfalo, al ciervo y a otros animales para darnos alimentos. Él creó al oso y al castor y con sus pieles nos vestíamos. Los esparció por todo el territorio y nos enseñó a cogerlos. Él hizo que la tierra diera maíz para hacer pan.
Todo esto lo creó Él para sus hijos indios, porque los amaba.
Sólo a veces luchábamos por el territorio de caza, y solía arreglarse todo sin gran derramamiento de sangre.
Pero llegaron tiempos aciagos para nosotros. Tus antepasados cruzaron las grandes aguas y llegaron a nuestra isla. Eran pocos. Aquí encontraron amigos, no enemigos.
Nos dijeron que habían huido de su país por miedo a los hombres malvados y que habían venido aquí a disfrutar de su religión. Nos pidieron un lugar pequeño. Nos apiadamos de ellos, atendimos su ruego y se instalaron con nosotros.
Les dimos maíz y carne. Ellos a cambio nos dieron veneno.
Hermano, los blancos habían encontrado nuestra tierra. Llevaron a los suyos la noticia y fueron llegando más. Pero nosotros no les temíamos. Les aceptamos como amigos. Ellos a su vez nos llamaban hermanos. Creímos en ellos. Les dimos un lugar más grande. Al final su número aumentó enormemente. Y querían más tierra; querían nuestro país.
Y se nos abrieron los ojos y empezamos a inquietarnos. Y llegaron las guerras. Se contrataron indios para luchar contra los indios y muchos de los nuestros perecieron. También nos trajeron licor. Un licor fuerte y potente que ha matado a miles de los nuestros.
Hermano, nuestros poblados fueron en tiempos grandes y los vuestros muy pequeños. Ahora os habéis convertido en un gran pueblo y apenas nos habéis dejado sitio para extender nuestras mantas.
Ya tenéis nuestro país, pero aún no estáis satisfechos: ahora queréis imponernos vuestra religión.
Sigue escuchando, hermano.
Dices que te han enviado para enseñarnos a rendir culto al Gran Espíritu como a Él le agrada; dices que si no abrazamos la religión que enseñáis los blancos seremos desdichados de ahora en adelante. Dices que vosotros estáis en lo cierto y nosotros equivocados. ¿Pero cómo sabemos que eso es verdad?
Sabemos que vuestra religión está escrita en un libro. Si nos hubiera estado destinada también a nosotros, ¿por qué no dio el Gran Espíritu a nuestros antepasados el conocimiento del libro y los medios para entenderlo correctamente?
Sólo sabemos lo que nos decís vosotros.
Pero ¿cómo podemos saber cuándo creer a los blancos, que tantas veces nos han engañado?
Hermano, dices que hay una sola forma de adorar y servir al Gran Espíritu. Si existe una sola religión, ¿por qué estáis vosotros tan en desacuerdo? Si podéis leer todos el libro, ¿por qué no estáis todos de acuerdo?
No entendemos estas cosas, hermano. Nos han dicho que vuestros antepasados recibieron esta religión y que ha ido pasando de padres a hijos.
También nosotros tenemos una religión que les fue dada a nuestros antepasados y que hemos heredado nosotros, sus hijos. Y conforme a esa religión veneramos nosotros al Gran Espíritu. Nuestra religión nos enseña a agradecer cuantos favores recibimos, a amarnos los unos a los otros y a estar unidos. Nunca reñimos por la religión.
Hermano, el Gran Espíritu nos creó a todos, pero hizo muy distintos a sus hijos blancos y a sus hijos indios. Nos dio diferente tez y costumbres diferentes. A vosotros os ha concedido artes a las que no ha abierto nuestros ojos. Sabemos que esto es cierto. Y puesto que nos ha hecho tan distintos en otros aspectos, ¿por qué no aceptamos que nos ha dado también religiones distintas según nuestro entendimiento?
El Gran Espíritu no se equivoca. Él sabe lo que es mejor para sus hijos. Nosotros estamos contentos.
Hermano, nosotros no queremos destruir vuestra religión, ni aceptarla. Sólo queremos disfrutar de la nuestra.
Hermano, dices que no venís a quitarnos la tierra ni el dinero sino a iluminar nuestro entendimiento. Yo te diré ahora que he estado en vuestras asambleas y os he visto recaudar dinero.
Nos han dicho, hermano, que habéis estado predicando a los blancos de este lugar. Ellos son nuestros vecinos. Les conocemos. Así que esperaremos un tiempo a ver el efecto que les hacen vuestras enseñanzas. Si comprobamos que les hacen bien, que les hacen ser sinceros y menos predispuestos a engañar a los indios, volveremos a pensar todo cuanto nos has dicho.
Has oído nuestra respuesta a tus palabras, hermano. Es todo cuanto tenemos que decir de momento. A la hora de despedirnos, te daremos la mano, deseándote que el Gran Espíritu te proteja en el viaje y te haga llegar a salvo con tus amigos.
Tenemos los ojos abiertos y vemos con claridad. Tenemos los oídos despejados y hemos oído perfectamente las palabras que has pronunciado.
Por todos estos favores damos las gracias al Gran Espíritu y sólo a Él.
Hermano, este fuego del consejo se ha encendido para ti. A petición tuya nos hemos reunido aquí. Hemos escuchado atentamente cuanto has dicho.
Nos has pedido que expresemos nuestra opinión libremente. Esto nos alegra mucho, pues estamos delante de ti y podemos decir lo que pensamos. Todos hemos oído tu voz y te hablamos ahora como un solo hombre. Estamos todos de acuerdo.
Hermano, dices que antes de marcharte de aquí quieres una respuesta a lo que has propuesto. Justo es que la recibas, pues estás muy lejos de casa y no deseamos retenerte. Pero antes recordaremos un poco y te diremos lo que nuestros padres nos dijeron y lo que sabemos de los blancos.
Escucha bien lo que decimos, hermano.
Hubo un tiempo en el que nuestros antepasados poseían esta gran isla. Sus dominios se extendían desde oriente hasta poniente. El Gran Espíritu creó esta tierra para los indios. Él creó al búfalo, al ciervo y a otros animales para darnos alimentos. Él creó al oso y al castor y con sus pieles nos vestíamos. Los esparció por todo el territorio y nos enseñó a cogerlos. Él hizo que la tierra diera maíz para hacer pan.
Todo esto lo creó Él para sus hijos indios, porque los amaba.
Sólo a veces luchábamos por el territorio de caza, y solía arreglarse todo sin gran derramamiento de sangre.
Pero llegaron tiempos aciagos para nosotros. Tus antepasados cruzaron las grandes aguas y llegaron a nuestra isla. Eran pocos. Aquí encontraron amigos, no enemigos.
Nos dijeron que habían huido de su país por miedo a los hombres malvados y que habían venido aquí a disfrutar de su religión. Nos pidieron un lugar pequeño. Nos apiadamos de ellos, atendimos su ruego y se instalaron con nosotros.
Les dimos maíz y carne. Ellos a cambio nos dieron veneno.
Hermano, los blancos habían encontrado nuestra tierra. Llevaron a los suyos la noticia y fueron llegando más. Pero nosotros no les temíamos. Les aceptamos como amigos. Ellos a su vez nos llamaban hermanos. Creímos en ellos. Les dimos un lugar más grande. Al final su número aumentó enormemente. Y querían más tierra; querían nuestro país.
Y se nos abrieron los ojos y empezamos a inquietarnos. Y llegaron las guerras. Se contrataron indios para luchar contra los indios y muchos de los nuestros perecieron. También nos trajeron licor. Un licor fuerte y potente que ha matado a miles de los nuestros.
Hermano, nuestros poblados fueron en tiempos grandes y los vuestros muy pequeños. Ahora os habéis convertido en un gran pueblo y apenas nos habéis dejado sitio para extender nuestras mantas.
Ya tenéis nuestro país, pero aún no estáis satisfechos: ahora queréis imponernos vuestra religión.
Sigue escuchando, hermano.
Dices que te han enviado para enseñarnos a rendir culto al Gran Espíritu como a Él le agrada; dices que si no abrazamos la religión que enseñáis los blancos seremos desdichados de ahora en adelante. Dices que vosotros estáis en lo cierto y nosotros equivocados. ¿Pero cómo sabemos que eso es verdad?
Sabemos que vuestra religión está escrita en un libro. Si nos hubiera estado destinada también a nosotros, ¿por qué no dio el Gran Espíritu a nuestros antepasados el conocimiento del libro y los medios para entenderlo correctamente?
Sólo sabemos lo que nos decís vosotros.
Pero ¿cómo podemos saber cuándo creer a los blancos, que tantas veces nos han engañado?
Hermano, dices que hay una sola forma de adorar y servir al Gran Espíritu. Si existe una sola religión, ¿por qué estáis vosotros tan en desacuerdo? Si podéis leer todos el libro, ¿por qué no estáis todos de acuerdo?
No entendemos estas cosas, hermano. Nos han dicho que vuestros antepasados recibieron esta religión y que ha ido pasando de padres a hijos.
También nosotros tenemos una religión que les fue dada a nuestros antepasados y que hemos heredado nosotros, sus hijos. Y conforme a esa religión veneramos nosotros al Gran Espíritu. Nuestra religión nos enseña a agradecer cuantos favores recibimos, a amarnos los unos a los otros y a estar unidos. Nunca reñimos por la religión.
Hermano, el Gran Espíritu nos creó a todos, pero hizo muy distintos a sus hijos blancos y a sus hijos indios. Nos dio diferente tez y costumbres diferentes. A vosotros os ha concedido artes a las que no ha abierto nuestros ojos. Sabemos que esto es cierto. Y puesto que nos ha hecho tan distintos en otros aspectos, ¿por qué no aceptamos que nos ha dado también religiones distintas según nuestro entendimiento?
El Gran Espíritu no se equivoca. Él sabe lo que es mejor para sus hijos. Nosotros estamos contentos.
Hermano, nosotros no queremos destruir vuestra religión, ni aceptarla. Sólo queremos disfrutar de la nuestra.
Hermano, dices que no venís a quitarnos la tierra ni el dinero sino a iluminar nuestro entendimiento. Yo te diré ahora que he estado en vuestras asambleas y os he visto recaudar dinero.
Nos han dicho, hermano, que habéis estado predicando a los blancos de este lugar. Ellos son nuestros vecinos. Les conocemos. Así que esperaremos un tiempo a ver el efecto que les hacen vuestras enseñanzas. Si comprobamos que les hacen bien, que les hacen ser sinceros y menos predispuestos a engañar a los indios, volveremos a pensar todo cuanto nos has dicho.
Has oído nuestra respuesta a tus palabras, hermano. Es todo cuanto tenemos que decir de momento. A la hora de despedirnos, te daremos la mano, deseándote que el Gran Espíritu te proteja en el viaje y te haga llegar a salvo con tus amigos.
El que está en el error intenta imponerlo a los demás.
El que posee la verdad se esfuerza en aplicarla a sí mismo.
Esta es la señal que no engaña.
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