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El Mensaje Reencontrado
Libro XXVIII
NI REVÉTUE — EL BARRO
27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.
27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
10 octubre 2015
CORPUS HERMETICUM
IV. Discurso de Hermes a Tat: la Crátera, o la Mónada
Gabriel Rollenhagen (1583-1619) Vivitur ingenio, cetera mortis erunt. “Se vive gracias al talento, lo demás es muerte” |
– ¿Por qué entonces, padre, Dios no ha dado participación en el Intelecto a todos?
– Es porque ha querido, hijo mío, que el Intelecto fuera presentado a las almas como un premio que ellas tuvieran que ganar.
– ¿Y dónde lo ha colocado entonces?
– Ha llenado con él una gran crátera que ha enviado sobre la tierra, y ha apostado un heraldo con orden de proclamar a los corazones de los hombres estas palabras: "Sumérgete, tú que puedes, en esta crátera, tú que crees que volverás a ascender hacia Aquel que la ha enviado sobre la tierra, tú que sabes por qué has venido al ser".
Todos aquellos que han prestado atención a la proclamación y han sido bautizados con este bautismo del Intelecto, esos han tenido parte en el Conocimiento y han llegado a ser hombres perfectos, porque han recibido la Inteligencia. Los que al contrario han desdeñado escucharla, son los "logikoi"; porque no han adquirido por añadidura el Intelecto e ignoran por qué han nacido y de qué autores. Las sensaciones de estos hombres son muy cercanas a las de los animales sin razón y, como su temperamento permanece en un estado de pasión y de cólera, no admiran las cosas dignas de contemplación, no se dedican sino a las voluptuosidades y apetitos del cuerpo, y creen que es para estas cosas que el hombre ha venido al ser. Por el contrario, todos los que han participado en el don venido de Dios, esos, Tat, cuando se comparan sus obras con las de la otra clase, son inmortales y no ya mortales, porque han abarcado todas las cosas por su propia Inteligencia: las de la tierra, las del cielo, y lo que puede hallarse aun por encima del cielo. Habiéndose elevado ellos mismos así a una tal altura, han visto el Bien, y, habiéndolo visto, han considerado la estancia aquí abajo como una desgracia. Entonces, habiendo despreciado todos los seres corporales e incorpóreos, van aprisa hacia el Uno y Solo. Tal es, Tat, la ciencia del Intelecto, posesión en abundancia de las cosas divinas, y comprensión de Dios, ya que la crátera es divina.
– Yo también quiero ser bautizado, padre.
– Si primero no odias tu cuerpo, hijo mío, no puedes amarte a ti mismo. Pero si te amas a ti mismo, poseerás el Intelecto, y poseyéndolo, tendrás también parte en el Conocimiento.
– ¿Cómo dices eso, padre?
– Es imposible, hijo mío, atarse a la vez a las dos cosas, a las cosas mortales y a las cosas divinas. Porque como hay dos clases de seres, corporales e incorpóreos, y esas dos categorías se reparten lo mortal y lo divino, no queda sino elegir lo uno o lo otro, si se quiere elegir: porque no es posible tomar a la vez uno y otro; y, allí donde no queda sino elegir, la derrota de uno manifiesta la potencia activa del otro. Pues es así que la elección de lo mejor no sólo resulta ser la más gloriosa para quien la ha hecho, en el sentido de que diviniza al hombre, sino que asimismo manifiesta la piedad hacia Dios. Por el contrario la elección de lo peor ha forzado la pérdida del hombre, y por otra parte, si no ha sido una ofensa contra Dios en lo restante, lo ha sido al menos en esto: tal y como las procesiones se abren paso por entre la multitud sin ser capaces de producir nada por ellas mismas, pero no sin molestar el camino de los demás; igualmente esos hombres no hacen sino andar en procesión por el mundo, arrastrados como están por los placeres del cuerpo.
Puesto que ello es así, Tat, hemos tenido y tendremos siempre a nuestra disposición lo que viene de Dios: pero que lo que viene de nosotros corresponda a ello y no esté en falta; pues Dios, él, no es responsable, somos nosotros los responsables de nuestros males, en tanto los preferimos a los bienes. ¿Ves, hijo mío, cuántos cuerpos hemos de atravesar, cuántos coros de espíritus, y qué sucesión continua y qué cursos de astros, a fin de ir aprisa hacia el Uno y Solo? Porque el Bien es infranqueable, sin límite y sin fin, y en lo que respecta a él mismo, también sin comienzo, aunque a nosotros nos parezca que tiene uno cuando llegamos a conocerlo. Pues el conocimiento no señala el comienzo del mismo Bien, es solamente para nosotros que comienza en tanto que objeto a conocer. Aferrémonos pues de ese comienzo y apresurémonos en recorrerlo todo: porque es una vía de difícil comprensión el abandonar los objetos familiares y presentes para deshacer camino hacia las cosas antiguas y primordiales. En efecto, lo que aparece a los ojos hace nuestras delicias mientras que lo no aparente despierta en nosotros la duda. Ahora bien las cosas malas son más aparentes a los ojos. El Bien por el contrario es invisible a los ojos visibles. No tiene en efecto ni forma ni figura. Es por ello que aunque es semejante a sí mismo, es desemejante a todo el resto: pues es imposible que algo incorpóreo se muestre como aparente a un cuerpo. Tal es la diferencia de lo semejante con lo desemejante, y la deficiencia que afecta a lo no semejante con respecto a lo semejante.
Así es que, la mónada, siendo principio y raíz de todas las cosas, existe en todas las cosas, en tanto que raíz y principio. Ahora bien nada existe sin principio. En cuanto al principio mismo, él no ha salido de nada, si no es de él mismo, ya que es en efecto principio de todo el resto. Siendo así principio, la mónada comprende todo número, sin estar comprendida en ninguno de ellos. Y engendra todo número, sin ser engendrada por ningún otro número. Efectivamente, todo lo engendrado es imperfecto y divisible, extensible y reducible; pero nada así afecta a lo perfecto. Y, si bien lo que es extensible deriva su extensión de la mónada, sucumbe al contrario por su propia debilidad cuando no es más capaz de contenerla.
Tal es pues, Tat, la imagen de Dios que he dibujado para ti lo mejor que he podido: si tú la contemplas exactamente y te la representas con los ojos del corazón, créeme, hijo, encontrarás el camino que conduce a las cosas de lo alto. O, más bien, es la propia imagen quien te mostrará la ruta. Pues la contemplación posee una virtud propia: toma posesión de los que ya una vez han contemplado, y los atrae a sí como –se dice– el imán atrae al hierro.
Hermes Trismegisto
Los Sabios y los santos que poseen a Dios en sí mismos volverán a salir indemnes de la nube ardiente, pues el Señor Dios, que es la esencia del fuego, es incombustible. Los malvados serán reducidos a cenizas y servirán de abono para la nueva plantación de Dios.
Quien persiste en la imbécil alianza de la muerte permanece separado del Señor para siempre.
La puerta estrecha es como una hendidura a ras de tierra; algunos bien la descubren, pero pocos hombres están lo suficientemente desnudos como para pasar por ella sin trabas.
El Mensaje Reencontrado XV: 7-7"; VI: 35-35'
Fuente del texto (excepto notas comparativas): Revista Symbolos
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