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Versículo al azar
El Mensaje Reencontrado
Libro XXVIII
NI REVÉTUE — EL BARRO
27. Si nos preguntan qué es el Libro, respondamos: una piedra sobre la cual se apoyan firmemente los creyentes y un manantial del cual extraen agua sin cesar.
27'. 36 opiniones conocidas simultáneamente.
36 oficios aprendidos de una vez.
36 cosas hechas al mismo tiempo.
36 luces vistas de repente.
36 deseos realizados en uno solo.
36 religiones reunidas en una fe.
26 febrero 2016
Compuestas estas cosas, amasadas conjuntamente y puestas en nuestro horno, con nuestro vaso situado en el centro conteniendo la materia de nuestra piedra; una vez está el horno bien cerrado por todas partes, tendréis entonces el fuego divino colocado en su horno sin carbón ni luz; lo que no puede ser de otra manera si se tiene todo lo que es necesario.
Ramón Llull
Y sabed que si ponéis el cuerpo al fuego sin vinagre, se quemará y corromperá.
La Turba de los Filósofos
Cada año, ante la nueva remesa de aprendices, el gran cocinero, uno de los más grandes cocineros tradicionales, capaz de preparar los más suculentos manjares, los cuales tenían la propiedad no sólo de saciar a los más exquisitos paladares sino, se decía, de curar incluso todas las dolencias, impartía la misma enseñanza.
El primer día de clase, siempre realizaba el mismo ritual: caminaba por el pasillo de la estancia y al llegar al fondo se giraba hacia sus alumnos y se apoyaba con la mano derecha en el respaldo de una silla; luego, se presentaba e inmediatamente les soltaba la siguiente retahíla:
— Me observáis en pie, en este preciso momento, delante de todos vosotros y, como podéis comprobar, soy una persona gorda, con pantalones cortos, ya que hoy hace mucho calor... dicho esto, os pido, por favor, que limpiéis con esmero la estancia con todos los instrumentos de cocina que contiene. Mientras tanto, yo estaré aquí sentado observándoos.
Esta tarea les llevaba a los aprendices buena parte del día, ya que nunca quedaba todo como el maestro exigía ni a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera vez… una vez que todo era de su agrado, hacía, año tras año, la siguiente pregunta:
— Decidme, ahora que está todo limpio y ordenado ¿quién puede explicarme cómo preparar el horno para poder cocinar en él?
A lo cual siempre recibía una buena cantidad de respuestas, prácticamente las mismas cada año. Algunos alumnos decían que la calidad de la madera era lo más importante, otros que lo importante es que los materiales con los que estuviese construido el horno fuesen lo más naturales posible, algún otro decía que no importaban ni los materiales del horno ni la madera sino la calidad del agua, otro decía que lo que importaba realmente era el recipiente que albergaría los alimentos que se cocinarían en él… estas y otras muchas respuestas recibía el anciano año tras año, sin variar mucho con cada nueva remesa de alumnos.
Pero este año, por primera vez desde que empezó a impartir sus conocimientos y, por ende, a realizar esta primera pregunta, ocurrió algo diferente. Cuando todos habían dado su opinión y había en la estancia silencio, uno de los alumnos sentado al fondo, un joven aprendiz que se encontraba muy cerca de la puerta de entrada (que era también la puerta de salida), tan lejos que ni se le veía, ya que estaba oculto por los demás compañeros porque fue el último en llegar, hizo la siguiente observación que iluminó la cara del anciano maestro y acaparó toda su atención:
— Una vez que todo está bien limpio y ordenado, tal como Vd. nos ha pedido, creo que lo primero que debemos hacer es fortalecer el horno, ya que éste, si está de algún modo debilitado, no puede usarse para cocinar…
El anciano maestro buscó inmediatamente entre la multitud de alumnos al que había dicho esto y, como no lo encontraba, le pidió por favor que se levantase y se presentase.
El joven se incorporó y se presentó.
— Me llaman Liu y vengo de la provincia del Este.
A continuación, el maestro le preguntó:
— ¿De quién has aprendido eso? Por favor dinos ¿qué quieres decir con fortalecer el horno? Puesto que el horno no está en mal estado… más bien está como nuevo, muy limpio y bien asentado en su lugar… —y es que el anciano maestro quería comprobar si realmente el joven aprendiz había hecho ese comentario simplemente por casualidad o si realmente era consciente de su importancia.
El joven aprendiz carraspeó, se estiró todo lo que pudo, sintiéndose un tanto incómodo por el interrogatorio del maestro, y continuó diciendo:
— Mi abuelo era un artesano panadero y me enseñó lo que sabía sobre la preparación del horno… Lo que quiero decir con fortalecer, maestro, es que hay que alzarlo debidamente, o sea, revisarlo muy bien, examinar su estado con mucha atención… y mejorarlo, si es necesario, engrandecerlo o elevarlo, repararlo o mejorarlo… ya que, aunque no se perciba a simple vista, podría haber pequeñas fisuras o grietas. En fin, esto es lo que me enseñó mi abuelo.
— ¿Conoces, joven Liu, el motivo de toda esta preparación? —inquirió el anciano.
— Pues para ser sincero, maestro, siempre me he preguntado por qué mi abuelo prestaba tanta atención a preparar un horno que estaba aparentemente en muy buen estado. Cuando le preguntaba, continuó diciendo el aprendiz, se limitaba a decirme que a él le enseñaron así, sin darme más explicaciones. Dígame Vd., maestro —concluyó— ¿por qué motivo hay que hacerlo si el horno se ve tan bien?
El viejo maestro guardó silencio un largo rato observando fijamente al joven y después le contestó lo siguiente:
— Porque el horno es un todo y no la suma de sus partes… Si el horno —prosiguió— no está en perfectas condiciones, es decir, en el caso de tener alguna grieta, no se podrá usar para la cocción y podría causar un grave daño a quien se esté sirviendo de él, a quien lo esté usando.
Al joven aprendiz, se le iluminaba cada vez más la cara a medida que el maestro avanzaba en su disertación. Intuía que había algo en sus palabras, un mensaje oculto a tener en cuenta. Por lo que le preguntó:
— ¿Qué ocurriría si el horno estuviese agrietado, maestro?
El anciano veía el corazón de este joven y sabía que la comprensión sobre lo que le decía, probablemente porque ya había intuído algo en las enseñanzas de su abuelo, no era la ordinaria de sus demás compañeros. Por lo que siguió hablando:
—Si las paredes no fuesen lo suficientemente fuertes el fuego las agrietaría cada vez más, perdiendo su calor interno se enfriaría y se acabaría rompiendo, quedando inutilizado por completo, e incluso podría causar un grave daño a quien estuviese cocinando en ese momento, ya que el contenido hirviente podría derramarse muy bruscamente quién sabe hacia qué lugar, pudiendo provocar serios perjuicios allá donde cayese o donde se elevase.
El joven Liu continuó preguntando:
— ¿Qué hay que hacer, maestro, en el caso de que el horno estuviese agrietado? Teniendo en cuenta que es un instrumento fundamental y extraordinariamente caro… prácticamente irreemplazable para la mayoría de los cocineros, dado su elevado valor.
— Lo que haríamos en primer lugar —dijo el anciano alegrándose de que el joven hiciese preguntas sensatas que le daban pie para continuar hablando sobre el tema— es revestirlo debidamente, reforzarlo y tapar todas las grietas, de tal forma que pueda aguantar las altas temperaturas a las que se verá sometido y así no llegará nunca a romperse.
Inmediatamente, casi sin dar tiempo a que sus alumnos sopesasen lo que les acababa de decir, continuó hablando:
— En segundo lugar, una vez que hemos prestado la debida atención a la parte externa, hay que preparar el interior del horno. Para ello, lo que haremos es introducir la leña de roble en la parte inferior del mismo, pero antes de prenderla y, mediante el fuego, poder empezar a calentar la olla de barro que hay en su interior, hay que llenar a ésta de agua o aceite, dependiendo de lo que vayamos a cocinar… porque, si no lo hacemos, también se podría quemar y dañar irreversiblemente.
— Maestro —dijo el joven aprendiz—, ese recipiente, al menos en el lugar del que vengo, se llama “vasija de barro”.
— No sabía cómo se denominaba en tu lugar de origen, pero en mi escuela lo conocemos como “caldero u olla”… en todo caso —continuó—, no importa cómo la llamemos; vasija, receptáculo, vaso, recipiente, caldero, olla o puchero… lo importante es comprender con precisión mi explicación. Porque, sin lugar a dudas, esta es la forma correcta de empezar a preparar el horno… y también el caldero, para que no se estropeen, recalentándose demasiado y dañándose irreversiblemente, tal como acabo de decir. Ya que, con el líquido en su interior, los vapores ascenderán y a continuación bajarán por condensación enfriándolo y evitando así el recalentamiento excesivo, pero si el recipiente está vacío e iniciamos la cocción… todo se quemará y echará a perder. ¡Mejor hubiera sido no haber empezado nunca a cocinar! —Exclamó el Maestro levantándose bruscamente de su silla y tirándola sin querer.
— Pero esto no es todo —continuó el anciano sabio—, en tercer lugar, una vez que el horno está fortalecido, con la madera en su interior transformándose en llamas y puesta la olla de barro sobre éstas... estamos listos para introducir en ella los alimentos y así empezar a cocerlos. Ya sé que esto se sale de la explicación de la preparación del horno, pero sin ello todo lo anterior carecería de sentido, porque tan solo gastaríamos leña y perderíamos el tiempo —dijo el anciano con una clara expresión de enfado en el rostro y continuó diciendo en tono más elevado— ¿Es que no pretendemos más que calentarnos al calor del horno?
El joven Liu estaba boquiabierto escuchando al anciano mientras sus compañeros también lo estaban pero por un motivo muy diferente, y es que a ellos les parecía un tanto absurdo todo lo que estaba explicando el maestro… veían como algo natural todo lo que él decía, sin mayor relevancia o trascendencia y no entendían a qué se debía la emoción que observaban en el viejo al explicarlo.
El maestro guardó silencio durante un largo tiempo y después asintió con la cabeza diciendo:
— Bien, por hoy ya es suficiente.
Entonces, recogió sus cosas y caminó por el pasillo de la gran cocina. Cuando llegó al final de la estancia miró con una sonrisa al joven Liu, inclinó ligeramente la cabeza y después salió por la puerta.
Todos los alumnos se levantaron disponiéndose a salir, pero el que primero se giró y salió, justo inmediatamente después de su maestro, fue el joven Liu, ya que también fue el último en entrar y era el que estaba más cerca de la puerta de entrada, que también era la de salida.
Pocos hombres son capaces de actuar en Dios en la vigilia, en el sueño y en la muerte.
Los que están muertos para el agua santa, están doblemente privados del fuego celeste.
El Mensaje Reencontrado III: 22-22'